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La invitación a ver juntos el estreno de “Taxi Driver”, fue transformándose en nerviosidad colindante con el miedo.
Nerviosismo conforme fluía el gentío al majestuoso cine Roble. No encontrar lugar en ninguna de los tres secciones de la sala y romper tristemente con el ciclo de películas que desde las primeras, donde habían desfilado autores como Francois Truffat con “La Piel Dura”, la efímera Lina Weis Muller con “Siete Bellezas” y Stanley Kubrick con “Barry Lyndon”, habían sido inéditas referencia de vida para un joven inaugurando los diez y ocho años.
Pero a decir verdad era más grande el miedo al rechazo. A que ella, la portadora de las entradas no se presentara a la cita, y con ello el primer desengaño amoroso, quizás algo más parecido a la decepción de interpretar como demagógica la admiración que ella decía sentir por un compañero que leía a Herman Hesse y podía enfrascarse con los mayores en sabrosas discusiones sobre la originalidad del llamado boom latinoamericano o la profundidad de las películas de Ingmar Berman.
El cigarrillo consumido hasta el filtro servia de mechero al siguiente, pero en el tercero al hilo se hizo la luz, cuando el sol en poniente traspasó la blonda cabellera de Claudia pintando una aureola que iluminó su rostro de rasgos finos e infantiles, que desentonaba con curvilíneo cuerpo resaltado por un par de muslos como columnas de Partenón Griego, sosteniendo diminuta falda escocesa.
La disculpa por el retraso fue fiesta en el abrazo fuerte y espontáneo, y disipador de cualquier temor. Al mismo tiempo emoción de las pelvis renuentes a separarse aunque los rostros se sonrojaron cuando las miradas se cruzaron.
Una función alucinante para los sentidos. La vista sorprendida y admirada con la bella Betsy y la bestia Travis. El olfato desquiciado con los olores del maíz inflado, la humedad de la sala y el buqué de las hormonas nuevas e irrigando broncas los tensos sexos. El tacto hipersensible en el inocente impulso compartido de una mano explorando el camino de la rodilla a la ingle.
Y días después de las luces de neón y reflectores anunciando el “Inquilino” de un gran enano polaco llamado Roman Polansky, “Trama Macabra del gordinflón Hitchcock y “Cadáveres Ilustres” de Francesco Rosi, pasaron a las funciones dobles del otrora señorial Cine Lido, que con el paso del tiempo fue bautizado como Bella Época y pasaba películas de los cincuenta para los nostálgicos habitantes del otrora conservador barrio de La Condesa. Ahí, y en el Cine Estadio en la brava Tacubaya las caricias aumentaron de tono, la exploración corporal evolucionó al coloniaje y luego, poco tiempo después, el dolor de testículos fue aliviado entrando a la segunda función de la corrida doble.
No tardó en llegar el éxtasis en el asiento trasero de Napoleón, el auto enano francés y héroe de mil batallas.
El predecible y cursi final de las películas hollywodenses, la escena que antecede la alarma que rompe el sueño: The End, no tiene origen en la candidez del guionista sino en la vida misma.
Años luz de distancia, como pueden ser treinta, el ya consagrado Scorsese exhibe maestría en The Departed (infiltrados) que le mereció el Oscar a la mejor película en 2006.
Pero se acabó la exhibición, y ya pronto el relato.
La sonrisa de satisfacción por el alarde de dirección del hijo de un italiano planchador de pantalones se desvanece de pronto, a causa de la luz del sol en poniente, iluminando una blonda cabellera que enmarca con una aureola dorada la faz de una piel dura que delata haber vivido con intensidad lo vivido.
El reencuentro fue un abrazo fuerte y espontáneo. Al mismo tiempo emoción de las pelvis renuentes a separarse aunque los rostros se sonrojan cuando las miradas se encuentran, y más cuando se acerca un hombre gordo y calvo con cara de exigir una explicación.
- Mira, es José, mi esposo, te acuerdas de él, jugaba fútbol contigo, aunque era muy, muuuy malo-.
Mucho gusto, qué milagro y ¡que les vaya bien!

Al tiempo que enciende el anhelado cigarrillo voltea discretamente a mirar, probablemente por última vez, las piernas de esa mujer, que ahora como desmedradas columnas de Partenón Griego asoman por la abertura posterior de la falda escocesa que termina, porque con la edad todo cae, en las pantorrillas.
Instintivo “corte de manga” al calvo que se aleja rascándose el culo.
The End.


Texto agregado el 30-09-2008, y leído por 420 visitantes. (27 votos)


Lectores Opinan
07-03-2012 SIIIII ASCOOOOOO DE MAS!!!! mariconete!!! mrlopez
26-11-2009 QUE ASCO¡¡¡¡¡¡ ororascajo
04-02-2009 Te perdono marxtuein, no es mi a quien ofendes con tus groserias, sino a ti mismo, y cada insulto hace crecer en ti la maldad, espero y deseo que recuperes tus valores. con aprecio chongero
31-01-2009 Volvemos después de la pausa y de los anuncios comerciales. DonBombillo
21-01-2009 hola, me ha parecido muy entretenido tu escrito, te agradezco las referencias cinematográficas, saludos! gomez81
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