Once años después, lo encontré. Llevaba la misma bufanda marrón que usaba en la universidad. Llegó y se sentó en la única mesa desocupada del patio de comidas del centro comercial, dejó las bolsas de las compras en el piso, se quitó el abrigo, aflojó la bufanda y se sentó. Abrió sobre la mesa, un libro y fijó su atención en él. Yo lo miraba desde mi mesa, no se había percatado de mi presencia. La música de fondo, la bulla del lugar, la gente conversando, no distraía a Pablo de su libro ni a mi de Pablo. De tanto en tanto, levantaba la mirada hacia la cafetería que estaba frente a él, miraba el reloj y seguía leyendo. –Espera a alguien, pensé.
De pronto sentí una terrible ansiedad, desesperación y celos. A quién esperaba, de qué se trataba esa escena de sentarse a leer en un centro comercial, como si no hubiera ningún otro lugar. Definitivamente estaba esperando a alguien. Miré hacia la cafetería y vi a una hermosa mujer comprando dos cafés. Es ella, me dije, ya llegó Llevaba un abrigo largo, tejido, jeans apretados y botas Pero la mujer caminó en sentido contrario y se sentó con otra mujer. Las dos mujeres hablaron y se rieron mientras colocaba los cafés sobre la mesa. No, no es ella. Debe estar por llegar.
Pablo levantó la cara e hizo un siguiente repaso del lugar, esta vez y miró hacia mi mesa, detuvo la mirada justo en frente mío por unos segundos y prosiguió. Yo intenté sonreír, una de esas sonrisas pasmadas y chuecas, que se quedan a la mitad de camino. La mirada no era para mí y la sonrisa se había perdido entre las mesas del patio de comidas.
De pronto se levantó, se puso el abrigo, se ajustó la bufanda, aprisionó el libro bajo el brazo y se acercó a mi mesa.
- No has cambiado ni un día, estás igual que en la universidad, dijo.
- ¡Pablo!, dije, tratando de hacerme la sorprendida.
- Te miraba pero no parecías reconocerme, dijo él mientras ella negaba haberlo visto, justificándose como siempre, aludiendo a su despiste, inexistente por cierto.
Lo invité a sentarse, el dijo que traería café, que se moría de ganas de uno. Sonó mi teléfono, contesté nerviosa. - No, almuerza tú, no podré llegar a tiempo, el tráfico es terrible. Chao mi amor, te veo en la noche.
- ¿En qué nos habíamos quedado?, dijo Pablo mientras se sentaba
- En que yo nunca me iba a olvidar de tí y que yo era el amor de tu vida.
- Eres…
Pablo apenas dio un sorbo de su café, extendió la mano, se la tomé y juntos nos fuimos a vagar por la ciudad que empezaba a pintarse de otoño.
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