CON ÍNDICE DE FUEGO
Estaban tirados boca abajo, algunos con la ropa hecha jirones, otros, heridos y manándoles la sangre junto con la impotencia y la rabia. Frente a ellos la soldadesca los vigilaba amenazante con el fúsil en las manos y la bayoneta calada tinta en sangre. Agustín Carmona era uno de esos jóvenes, así pagaban la osadía de enfrentarse a un gobierno opresor al servicio de los intereses internacionales. En el estado físico y en el lugar donde se encontraban los prisioneros desconocían la magnitud del sadismo utilizado por el ejército para reprimir el mitin multitudinario convocado por sus líderes.
Este desconocimiento permitía a los más combativos gritar de vez en vez las consignas convertidas en gritos de guerra, acalladas de inmediato con patadas y culatazos de los soldados. En un acto de irresponsable provocación, Agustín, a quien sus compañeros de lucha estudiantil lo apodaban “El Negro”, al ver un hombre con cámara fotográfica en mano, alzó el brazo e hizo con los dedos la señal de la victoria. Quienes estaban cerca de él imitaron su gesto y algunos más gritaron con furiosa vehemencia: —¡Venceremos!, ¡Hasta la victoria siempre!, ¡Venceremos—
El capitán Genaro López quien comandaba aquel pelotón, lleno de odio arrebató el fúsil a uno de los soldados y puso su pesada bota sobre la mano del líder estudiantil y al tenerla firmemente oprimida contra el pavimento de la calle, con la bayoneta cercenó brutalmente el dedo índice del muchacho. Un terrible alarido de dolor se sumó a los lamentos de sufrimiento de los heridos y al ulular tétrico de las ambulancias conformando una sinfonía macabra en aquella vergonzosa noche.
Dos camiones militares llegaron cerca de los prisioneros y sus captores los obligaron a golpes, patadas y culatazos a subir a ellos. El fotógrafo, quien era parte de un organismo de inteligencia del gobierno, al retirarse la soldadesca con los estudiantes capturados se apresuró a recoger el dedo de Agustín, de entre el charco de sangre donde había quedado, lo envolvió en un pañuelo y lo guardó en su mochila de trabajo. La fotografía captada en el momento de ser cercenado el dedo le redituó un gran ingreso económico cuando la vendió a una agencia internacional de noticias y se conoció en muchos lugares del mundo como parte del testimonio gráfico del 1968, el año que convulsionó los cimientos de una sociedad anquilosada.
Tres años y nueve meses estuvo Agustín Carmona en prisión, cuando quedó libre gracias a una ley de amnistía nunca pedida, era otro hombre. De aquel líder estudiantil de ideales progresistas, combativo, sagaz y congruente con sus ideas, quedaba muy poco, la cárcel lo había deshumanizado. Bien pronto se afilió a huestes izquierdistas antigubernamentales en busca de recuperar su propia identidad, pensó ser ese el lugar natural para tal fin.
Con el paso de los años se pudo encumbrar en el ámbito político utilizando las mismas tácticas sucias, de corrupción, cotos de poder y podredumbre moral tan denostadas por él en su juventud. Ahora era un Senador de la República, líder nuevamente, en este caso de una de las Cámaras del Congreso y serio aspirante a la presidencia de su país. Conocía los tenebrosos túneles de la oposición política, sus miserias, sus doctrinas amañadas, siempre prolijas en oponer, sin ser capaces nunca de proponer. Sabía cómo sumarlos a sus proyectos, cómo convencerlos a través de dádivas generosas y de mendrugos de poder, pues él mismo había recorrido ese camino.
Inteligente, creó una red de complicidades entre distintas esferas de poder, lo mismo eclesiásticas que económicas, nacionales como internacionales, de derecha o de izquierda. Pagaba una considerable “nómina” de periodistas, comentaristas, directores de noticieros de radio y televisión, así como jotitos del periodismo de espectáculos quienes se daban sus mañas para promocionarlo bien.
Aquella mañana de principios de octubre, el Senador Agustín Carmona estaba furioso, mientras desayunaba, había leído en el periódico una dura crítica a su participación en un acto solemne programado para esa tarde en el Pleno de la sesión del Congreso. Se trataba de un reconocimiento gubernamental donde el Congreso entregaría a diferentes personalidades, quienes de acuerdo con la versión oficial, habían servido de forma sobresaliente a la Nación. Entre los premiados por el reconocimiento había empresarios, deportistas, jerarcas del clero católico, periodistas y militares. Entre estos últimos se encontraba el coronel Genaro López, aquel militar sádico responsable de haber cortado el dedo índice al Senador.
Firmaba la nota periodística Alma Elena Morales, la nota empezaba haciendo un acucioso recuento de los logros y beneficios alcanzados con el sacrificio de la vida de cientos de jóvenes estudiantes, hombres, mujeres y niños quienes cayeron sin vida hacía muchos años en una noche trágica de octubre. Después, la periodista les preguntaba a aquellos líderes estudiantiles hipócritas quienes ahora medraban en las oficinas de gobierno, ¿En dónde había quedado la más elemental dignidad que deberían tener?
Luego continuaba vehemente, personalizando: —“Señor Senador, ¡Sí usted!, al quien ahora ya no me atrevo a tratar de tú, pues este es un trato dispensado a quienes conocemos bien, a nuestros iguales, a los amigos, a los merecedores de afecto. Y a usted señor, ya no lo reconozco; la ambición desmedida lo llevó a un plano inferior de moral ciudadana aún conservada por muchos de los sobrevivientes de la masacre del 68. Ya no puedo llamarlo “Negro”, como en aquellos tiempos cuando estábamos en las mazmorras del cuartel militar y usted me consolaba después de haber sido torturada y violada por los carceleros. Tampoco puedo decirle coloquialmente “El Diecinueve”, su apodo cuando iniciábamos el oficio del periodismo, al que usted ahora sólo acude a comprar voluntades. ¡Mucho menos le guardo afecto!, porque usted es deleznable y por lo tanto se le detesta!— Concluía la nota periodística.
A punto de vomitar por la ira, el Senador llamó a gritos a su asistente:
—¡Valente, Valente!, ¡¿Dónde carajo estás?!—. El hombre acudió al lado del jefe.
— Diga señor—
—¡Comunícame con la puta de Malena!—
—¿Con la periodista señor?—
—¡No, con tu puta madre!— —¿Con quién más, pendejo?—
Luego de intentar varias veces la comunicación y después de hablar brevemente con alguien, el asistente atemorizado le dijo a su iracundo jefe:
—La periodista no quiso hablar con usted— —Pidió leyera la revista “Venceremos”—
—¡Y qué estás esperando para ir por la puta revista!—
Mientras Valente regresaba, el Senador recibió varias llamadas telefónicas de afecto y solidaridad; el dueño de una cadena televisora le ofreció iniciar de inmediato una campaña sucia de desprestigio en contra del periódico, la revista y la periodista quienes lo habían atacado. Un cardenal de la iglesia católica afamado por la sensualidad de sus labios y por solapar curas pederastas, recriminó en una homilía improvisada “A aquellos periodistas, faltos de ética, agresores sin razón de quienes se distinguieron por servir al pueblo”. El mismísimo secretario de la presidencia le habló para comunicarle que “El señor presidente” lamentaba profundamente la agresión pública perpetrada en contra de su persona y haber girado instrucciones precisas para se aplicara todo el rigor de la ley a quienes resultaran responsables de la falacia periodística.
Minutos después, ¡por fin regresó Valente! Entregó de prisa la revista y esperó órdenes.
—¡Lárgate!— Le gritó su jefe.
No hubo necesidad de buscar en las páginas interiores, ¡la portada era contundente!:
“EL ÍNDICE ACUSADOR DEL PASADO SEÑALA COMO TRAIDOR AL SENADOR AGUSTÍN CARMONA”
Luego se leía: Por María Elena Morales. En memoria de los muertos del 68 y en descargo de la vergüenza que debió hacer sentido mi padre, el fotógrafo “Moralitos” por servir a un gobierno de asesinos.
La mitad de la portada mostraba la imagen de un frasco que contenía algún líquido blanquezco y en el fondo un dedo índice que se había conservado a pesar del tiempo. Al pie de la fotografía del frasco se podía leer:
“LAS MADRES Y FAMILIARES DE LOS ASESINADOS Y DESAPARECIDOS AQUELLA NOCHE EN TLATELOLCO, TE SEÑALAN CON INDICE DE FUEGO”
Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.
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