Iba leyendo una de esas novelitas simplonas. Traía ese terno elegante y venía de reprobar un examen. Y a mi lado se sentó una chica de pelo largo y liso y de faldita plisada grisácea a rayas azules. Tenía actitud de mujer. Olía a cigarrillo. Habrá tenido diecisiete, a lo más.
Iba yo leyendo esa novelita, como dije, y el chofer del microbús puso la radio a todo volumen. Y cuando digo que ese chofer era una bestia, hablo con total propiedad; Era gordo como un oso, tenía cara de chancho, bigotes de morsa, boca de pez y ladraba como un buen perro furioso. Me esforzaba por leer con tanto ruido. Y la chica de mi lado parecía mirar mi libro y soltaba unas risitas tiernas cada cierto rato. Y a mí me daba vergüenza mirarla directamente.
La bestia que conducía iba con prisa. Adelantaba, pasaba con la luz en rojo, y todos nos movíamos de un lado a otro y del otro lado de vuelta nuevamente al otro. Al ritmo de la bestia íbamos.
La parada del microbús era allá en la cuadra donde están los tribunales de justicia. Y siempre en ese lugar había atochamientos, ruidos de bocinas, ruidos de silbatos de carabineros, ruidos de ruedas furiosas. Y los microbuses se peleaban por llegar primero a la hilera de microbuses. Luego se peleaban con los carabineros para retrasar la salida y luego se peleaban con los buses de más adelante para arrancar el motor en cuarta y volar a destino. Y la bestia adelantó, zigzagueó y se pasó una luz roja para llegar primero a la hilera de microbuses. La maniobra fue arriesgada. Y la hasta entonces contingencia incierta pasó a ser una contingencia cierta -una contingencia cierta de pérdida- cuando la bestia no alcanzó a meter su pata en el freno y dio un topón al microbús de más allá. No fue para tanto. Yo me di un cabezazo contra la novelita ésa y nada más. Pero las viejas que iban arriba del microbús armaron un escándalo. Lo más grave fue que la Bestia pasó a topar también al carabinero que dirige el transito en ese lugar. En un instante el hombre, que bien pudo haber muerto, estaba encaramado al lado de la Bestia. Se pelearon, se gritaron y hasta unos escupos volaron. Y ahí se quedaron discutiendo. Y la gente que iba en el microbús se puso brava y tomaron bandos. Unos del lado del chofer, otros del lado del carabinero, otros del lado del apuro (Porqué no arranca, estoy retrasado, esto es el colmo y todas esas mierdas gritaban) y otros, como yo y la chica de mi lado, de ningún lado.
Y yo seguía leyendo mi novelita y decidí atreverme.
¿Estás bien?- Le pregunté.
No respondió y me miró con desprecio. Avergonzado, seguí leyendo la novelita y unas tres o cuatro páginas más adelante la chica me habló.
-¿Cómo puedes leer esa basura?
-¿Perdón?
-No sé cómo un tipo como tú puede leer esas basuras.
-Las leo para pasar el rato y... eso. Para relajarme. ¿Nunca te han dado unas ganas salvajes de hacer sólo cosas superficiales y livianas como esta?
-¿Has leído a Puig?
-¿Como los perfumes?
-Como las colonias, querrás decir.
-No. No lo he leído.
-Bueno, de todas formas no es un escritor tan conocido. ¿Supongo que has leído a Hemingway?
- Sí, obvio, es un gran escritor.
- ¿Cuál es tu libro favorito de Hemingway?
- Ése, el más conocido que tiene.
-¿Rayuela?
-Ese mismo. Es excelente ¿No te parece?
-Sí, excelente.
-¿Cómo te llamas?
-Beatriz. ¿Y tú, gran lector?
-Francisco. Francisco Parra.
Me quedé en silencio y me sentí torpe. No supe de qué más hablar y volví al libro. Ya todos los pasajeros estaban de pie, alegando por esto y por lo otro y se daban empujones y gritoneaban harto a la Bestia y al carabinero para que el microbús arrancara de una buena vez.
Vengo de un examen- Le dije a la chica.
Ah- Me dijo.
Me fue mal. Medicina legal se llama el ramo- Y ahí todo empezó a ir bien.
¿ESTUDIAS MEDICINA?- Y abrió los ojazos y brillaron sus pupilas.
No. Estudio Leyes- Y ahí todo volvió a ser como era.
Ah, que aburrido.
¿Tienes hambre?- Pregunté, por preguntar algo.
Nada.
Yo tampoco- Le dije y me callé un buen rato.
El tiempo lo cura todo y lo puede todo. Así, supe después que esa chica se había convertido en mi novia y que era buena para coger. Desde que la conocí que nunca más menstruó, no sé porqué, pero a mí me parecía una gracia divina. Por eso cogíamos “a capela”, como dice un amigo, sin miedo a la preñez, al aborto y, si éste no salía, a la paternidad forzosa seguida del matrimonio en el peor de los casos. Y era buena para coger cuantitativamente hablando, porque la calidad de su sexo era de irregular a mala. No se sabía contonear y, después de que acababa, no podía seguir para que yo pudiera irme. Pero más o menos al año yo la había entrenado lo suficiente para que tuviera una cogida del demonio. Era toda una profesional. Pero el tiempo que todo lo puede, puede también aburrir. Y parece de locos, pero esa fantasía sexual de la chica colegiala ya me tenía aburrido. Sí, esa faldita plisada y esas calcetas largas. Deseaba un buen culo metido a presión en unos vaqueros elasticados. Pero la chica era lo que había y más pedir hubiese sido mucho. Pero lo que realmente me tenía aburrido era la posición. La misma posición siempre: Ella sentada arriba mío. Y se movía rico pero lentito porque le daba cosa que nos vieran. Y fue entonces, cuando llevábamos unos cuatro años y medio, cuando me decidí a cambiar las cosas. Y con la ayuda de otra pareja que ahí se armó y que tenía necesidades similares, montamos una “zona para coger” en los asientos traseros, aislándola con las cortinas del microbús, donde nos turnábamos el uso. Después se unió al grupo una señora mayor con un hombre calvo, y dos muchachos universitarios. Y lo más increíble de todo es que todavía el carabinero seguía peleando con la Bestia. Después de cuatro años y medio, seguían ahí.