Se develó el misterio. Y fue mayor la sorpresa de la realidad que la imaginación de lo desconocido.
Mis ojos se abrieron y la luz deslumbró mi mirada. Y a mi lado, tu sonrisa cálida me acompañaba.
“Son los últimos tangos que bailo en Buenos Aires” recuerdo haberte dicho, con una mueca de descontento, y quizá a modo de súplica, para que tu abrazo no me abandonara. Pero aun así, como con una mezcla de nostalgia y cansancio nos sentamos a un costado.
Tan cercanos, pero ya en el pasado, volvían a mi mente las miradas que había encontrado en el camino que recorrí y los momentos, ya transformados en recuerdos, de lo recientemente vivido.
Aún me alumbraban aquellos focos que una noche atrás habían pintado de colorado mis adornos en el suelo. Aquel lugar en donde me sorprendí descubriendo que no había diferencia entre cerrar los ojos al bailar, o dejarlos abierto, pudiendo sentir más intenso el abrazo, o sorprenderse con la magia del escenario, en donde tenues velas iluminaban el rostro de los protagonistas y en donde nada, absolutamente nada, dejaba de atraparte.
Aún sentía bajo mis pies las calles empedradas que por primera vez se abrieron ante mí, y dibujaban un sendero escoltado por bares oscuros, y aun, llenos de luz. Todos ellos invitándome a entrar y regocijarme. A sentarme y disfrutar.
De vuelta en mi última tarde, todavía se podía hallar la sorpresa en mi mirada, y sin que pudiera evitarlo, al igual que el paso del tiempo, un par de lágrimas se desprendieron de mis ojos; y el frío, que ferozmente se colaba en mi cuerpo, acentuaba notablemente la pena de mi alma.
Traté de concentrarme nuevamente en el presente, hoy pasado, y fijé la vista en esos bailarines que inspirados por la misma pasión que a mí me entristecía en aquel momento, se movían sintiendo el impulso de los tangos que sonaban esa noche, en aquella plaza.
Y el viento rozaba mi cara, y allí sentada, mi mente volaba, y eran esos tangos los que le ponían música a mis sentimientos.
Me había enamorado de los abrazos. Sentidos y observados. Cambiaban de escenario. Se oscurecían, y se abrillantaban. Se volvían más intensos en la madrugada o en una glorieta abrigaban. Se disolvían fácilmente con lo superficial o perpetuaban con la sinceridad. Tan cercanos que enmudecían, tan lejanos que entristecían.
Volví a caer en la realidad. El regreso a lo real me esperaba, y la tristeza se adueñó de mí.
Me consoló el saber que aunque lo maravilloso se estaba acabando, mi alma se había llenado, porque fue mi corazón el que había bailado, y mi cuerpo sólo lo había seguido.
Eché el último vistazo a las parejitas que giraban incesantemente sin que el frío pudiera detener y deseé ser una más, escabullirme otra vez en algún abrazo y volar, entregarme de nuevo a algún gotan...
Pero ya tus pasos, y los míos junto a los tuyos, se marchaban de aquel lugar.
Se hizo más lento mi caminar, la nostalgia jugaba a pesar.
Me despedí en silencio, jugué a no llorar.
Caminé mis últimos pasos por San Telmo, y soñé con regresar.
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