“La mujer de cuello tenso, los ojos hacia delante, la boca muerta, las manos plantadas en el regazo...” (J. C. Onetti)



Yacía allí, bajo los matorrales verdes que asomaban sobre esa lápida añosa, destruida por alimañas. Mientras cuidaba la pasividad del cementerio los pude ver saltar el paredón lateral. Las dos siluetas cruzaron velozmente los pasillos de tumbas y cruces hasta detenerse frente a ella, la abandonada, de quien decían estaba maldita. El más delgado se inclinó levantando una quebradiza tapa de granito; el otro hacía de vigía en la oscuridad de aquellas muertes. Con su mano hurgó dentro del foso, tratando de alcanzar quién sabe qué... Luego volvió a sellar el lugar, dando un golpe al compañero para emprender la retirada. Entonces grité que se detuvieran, mientras los iluminaba. Llevaban consigo dos armas que seguramente habían sacado de aquella tumba. La luz hizo que sus ojos fueran dos líneas oblicuas y asustadas detenidas ante ese umbral de incertidumbres. Me acerqué con paso lento, sin decir nada, hasta rozar el miedo de sus rostros... Luego sólo pude ver dos sombras huyendo despavoridas tras esos muros que limitaban con la vida...

Ana Cecilia. ©