Metropolitano.
Tiempo en que la cara resume a la acrópolis cuando me acuesto.
Delicada en gigantismos.
El vino oscuro del pellejo derrama en un fastidio mate de tejados
que temporalmente nos regresa a las fechorías de los Atridas
mientras la contemplación del jazz a todos nos vuelve ciegos
y nos da de comer la asadura del asno.

Una cinematografía hastiada
con la que hago de bulevares un sembradero de élitros y madreselvas
y vertederos.
un abrazo arropado de monóculos salinos.
Arando la panza de los cinerarios.

Adminículos de la radiactividad,
progresión circunstancial de toda clase de firmamentos…
suburbanos,
que se interrumpen a la demolición de sus propias emigraciones
montando los parapetos de la Siberia hastiada de chinches o
grillos cabalgados de mesmerismo
y en la catacumba fotografiada por Nadar el péndulo lateral
despoja a la pipa del anagrama de su señor.

Trazando el empedramiento que los polos hacen sonar en los rascacielos:
Tauromaquia.
Tauromaquia.
Tauromaquia.
Cesen los testículos
quedamente con el antimonio de la Orden.
No dirás que no es cierto.
Tan mansos cuando nos llega el bautismo,
tan putas cuando reanimamos el llamado primordial del Sephirot
y el reina se fue de cabeza
con el cadáver exquisito del pintor de jirafas

Tauromaquia.
Tauromaquia.
Tauromaquia.
365 días de confecciones y fetos;
Encumbrados soliloquios
Que basten, sirvan y excusen
al escombro y a la ortiga.


Por Uzlibarbossa.