Mañana sábado iríamos por el malecón a sentir la brisa, pasear en bote, comer pescado, disfrutar un fin de semana como antaño. Tenia tantas cosas por hacer, empecé a guardar los celulares, cerrar las puertas, apagar las luces, como todos los días a las 6 de la tarde. Camine por el corredor puse la alarma y cerré la puerta de la oficina; cruce el jardín. Ya en la vereda, fui caminando hacia el paradero de buses.
Cuando desperté, vi una luz potente, escuche murmullos, luego un profundo sueño, en la playa jugaba con una niña corríamos tras las olas, reíamos, era un lugar de ensueño, el mar azul transparente y la arena blanca.
Abrí los ojos y encontré esa mirada. Era una mujer mayor con el ceño fruncido que de lejos me observaba, denotaba una inmensa tristeza y lucha perpetua. Luego oí una voz diciendo: Estoy aquí. Otra vez el sueño, llamaba a Orfelia y ella sonreía, corríamos, luego peinaba su largo cabello que el viento desordenaba. Comíamos frutas. Una anciana se acercaba a nosotras, trayendo unas sandalias echas de raíces muy suaves, debíamos regresar a casa. La tarde terminaba y el sol ya se había ocultado. Despertaba nuevamente y empezaban los murmullos, por ratos el silencio se sentía. La mujer me seguía mirando y tenia lagrimas en los ojos. Oía a la misma voz diciendo: Estoy aquí, con tono bajo.
En la playa empezábamos a juntar las conchas con Orfelia, en cestos paja, las limpiaríamos y le daríamos forma de aves, peces, que la anciana vendería. Recorríamos casi al amanecer la playa de sur a norte cubiertas con unos sombreros de paja, hasta media mañana.
De repente empecé a sentir un dolor en el pecho, mire y la mujer estaba mas cerca de mi, vi los surcos de su rostro y las hebras de plata en su cabeza, de tiempo en tiempo sonreía y me hablaba, preguntaba y yo solo podía mover los ojos.
Volví a la playa pero Orfelia y la anciana agitaban sus manos y me sonreían, hice lo mismo. Me fui alejando algo triste.
La mujer me hablaba y yo la entendía, me contaba historias de mi niñez, de mis abuelos, me llamaba Laura.
Entonces fui tomando conciencia de lo que había pasado. Ese viernes habían asaltado el supermercado que estaba a unas cuadras de la oficina. Los ladrones habían estado armados y hubo un enfrentamiento con la policía. En el tiroteo una bala pérdida había perforado mi pulmón izquierdo, al instante otra rozo mi frente luego caí al suelo sin conciencia, con el bullicio y la poca gente que transitaba esa calle quede tendida cerca de quince minutos. Los vecinos de al lado me encontraron y esa noche fui intervenida en el hospital Carreón, con muy pocas probabilidades de sobrevivir. La operación duro cerca de 3 horas, mi corazón estaba débil y el pronostico era reservado. Estuve en sala de cuidados intensivos por una semana. Sobreviví pero en estado de coma por 6 meses.
Ahora entiendo la gran luz que veía, era la sala de operaciones. Los murmullos eran de los doctores y enfermeras que me atendían. Parte de tiempo había estado soñando en esa playa. La mujer que me miraba, hablaba y había estado todo ese tiempo era mi madre.
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