Los insectos se orientan en la noche por la luz de la luna, la más potente y bella luz que reina en la oscuridad. Es un mecanismo simple y efectivo. Lamentablemente, muchas de las veces acaban dirigiéndose hacia una bombilla incandescente, confundiéndola con la luna, no por su belleza, sino por su intensidad luminosa. Algunos acaban abrasados, víctimas de su error e inconscientes de él.
A veces, los propios humanos incurrimos en el mismo error. Confundimos la luna con una simple bombilla y acabamos ardiendo con su contacto. Desorientados, perdidos e incluso a veces inconscientes del error.
En eso nos parecemos, en cierto modo, a un simple insecto. Confundimos las imágenes que nos llegan, los impulsos y los mensajes que nos llegan. Pudiendo creer que es luna lo que tan solo es una bombilla. Y el error nos puede costar caro.
¿Pero de quien es el error?. ¿De la luna que no ha sabido dejar una imagen clara de lo que es?. ¿De la bombilla que emite una imagen tan radiante que confunde?. ¿Del insecto que ha confundido imagen, impulso y mensaje?. El error, pienso, es siempre del insecto que es el que descifra la imagen que le llega. La luna siempre fue luna aunque la viesen como bombilla. La bombilla jamás podrá ser luna. Pero para el pobre insecto, durante un corto espacio de tiempo la bombilla fue luna, y esa noche la más iluminada y hermosa que jamás conoció. Quizás para un insecto, sea una magnífica forma de morir. Para los humanos no es agradable ver que la imagen que reciben los demás no es la que más fielmente los describe. Pero afortunadamente, entre los insectos y nosotros, aun hay diferencias.
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