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El viejo verde

(cualquier parecido con la realidad, no es pura coincidencia)



Su edad era incierta, pero se sabía que pasaba sobradamente los cincuenta, aunque mental y sexualmente no alcanzaba ni los quince. Periodo, por otra parte, en el que su despertar adolescente estuvo sometido a una educación represora de las emociones, tanto por parte de la escuela, como de la familia. El nacional-catolicismo se llamó a la doctrina, y de ahí surgieron todos los problemas en su vida y en su entorno.


Le bautizaron de nombre Godofredo, por ser un nombre con carácter, ya que el apellido Gutiérrez terminaría por perderse en la selva de los gutiérrez, que poblaban la península y las ínsulas, colonizando tierras hasta más allá de ultramar. La idea fue del padrino, su tío Manolo, hermano del padre, que tan harto estaba ya de ser uno de tantos manolos guitiérrez de la provincia, que ni echar mano podía, el pobre hombre, del segundo apellido, porque el apellido Fernández era todavía, si cabe, mucho más corriente que el primero. Ese día lo celebraron derrochando todos los ahorros. Era un varón lo que había nacido, y ya se sabe que de los machos no hay que preocuparse, las tripas las hacen, pero no las traen a casa cada nueve meses. Esa fue la frase que soltó el padre, y la madre se tragó las ganas de responderle.


Y así pasó su infancia Godofredo, entre las jactancias vulgares y ordinarias del padre y los silencios de la madre. La adolescencia fue la continuidad de la infancia, con la única diferencia que sus compañeros terminaron por llamarle Guti, a secas, ya que el Godofredo parecía más un trabalenguas que un nombre. El noviazgo con Ernestina lo pasó entero en el cine, esperando a que la película comenzara, para en la oscuridad de la sala, reconocer las diferencias y reacciones que tanto en su cuerpo, como en el de Ernestina, rebuscándose con las manos, los dos experimentaban. Entraban a las cuatro de la tarde en la Sala, - cine en sesión continua -, y eran más de la nueve de la noche cuando decidían que ya estaba bien de descubrimientos, y sin casi despedirse, partía cada uno rumbo a su casa. Nunca se casó con Ernestina, ni con Guadalupe tampoco, y mucho menos con Marinati, con quien logró enterarse una noche de Feria y fuegos artificiales en qué consistía realmente hacer el amor. Pero a Guti su padre ya le había advertido que las mujeres se dividían entre las santas, como su madre; y las putas, con las que hay que pasarlo bien, pero nunca comprometerse más allá de un rato y un poco de dinero. Así fue como Guti terminó casándose con una santa, pero buscando por todas partes y lugares a esas otras, que aunque menos santas, le procuraban tanto a su padre como a él, una oscura insatisfacción permanente, que nunca se apagaba. Ni dentro de la casa, ni afuera tampoco, lograban encontrar ese momento de serenidad y satisfacción propia de hombres verdaderos. Un olor a rancia sacristía les envolvía y un desprecio profundo por el objeto de sus oscuros deseos: la mujer, les perseguía incansablemente.


Al morir el padre, la madre encontró, escondidas, un sinfín de revistas pornográficas, que el viejo cambiaba semanalmente en el mercado de libros y revistas de segunda mano. Fue Guti, el hijo, el que arrambló con el lote, tratando de quitar importancia al asunto, mientras la madre mascullaba frases ininteligibles.


Pero así como la santa esposa de Guti no se parecía en nada a su santa madre, Godofredo era el vivo retrato de su padre: asistía a misa y comulgaba con el mismo fervor y emoción que el que le procuraba organizar excursiones con sus amigotes al paraíso del sexo, (turismo sexual disfrazado de asuntos de negocios); o colgarse en internet, con cámara web en mano, a la caza de alguna palomita sola o desengañada, con la que trastear algunas fotos. Si había que vestirse de hidalgo, el propio Don Quijote salía al camino; si era la picaresca, el mismísimo Francisco de Quevedo Villegas, ingeniero de caminos, trazaba la ruta caballeresca. Todo el talento de los clásicos se confabulaban pegados a la ventana de su pesadilla, todos bajo la bombilla del cuarto de estar de su casa, envueltos en la atmósfera de cualquier pacífica noche, mientras su santa esposa plácidamente dormía, a pierna suelta y soñaba, quizás, con la posibilidad de que un día Godofredo atravesara para siempre el cristal de esa ventana, y esa falsa realidad en la que vivía desapareciera definitivamente de su vida, para, al fin, poder recuperarla, pero en mejor compañía.


A Isabel
Octubre, 2007


Nota: He reconstruido el personaje a través de una determinada educación e influenciado por el modelo paterno, pero en realidad, aunque sé reconocer y he conocido a ese tipo de personajillos, no tengo constancia que sea motivado por una educación o determinada herencia familiar, muy al contrario, a veces incluso tiene más culpa la madre que el padre, pero al tratar de defender la dignidad de la mujer, he preferido recrear la ficción culpabilizando de ello a la parte paterna; una injusticia, sin duda.

Mi solidaridad con aquellas mujeres que han sufrido, por parte paterna, este tipo de patología, depojando de dignidad a la mujer. En mi caso no fue así, precisamente mi padre me enseñó a saber distinguir a un hombre, y él fue el que me enseñó a través de su amor y respeto a la mujer, a que nunca me comportara de forma que perdiera, como mujer, mi dignidad, y también a saber valorarme como persona en la vida. Creo que lo vengo demostrando.
¡Gracias, padre!

Texto agregado el 27-09-2008, y leído por 577 visitantes. (38 votos)


Lectores Opinan
06-11-2009 Y bueno, si el ser "así" los hace felices.... PeggyMen
28-12-2008 Muy bueno, Cora. Me encantó el relato. margarita-zamudio
11-12-2008 Oiga, oiga, que no trate así al dotorcito salta parriba, que el es mu bueno y me da limosnita por el amor de dios, que no sea así con el frailecito, coño, ehhh?eeehhh?eeehhhh? marxtuein
29-11-2008 El texto en un comienzo promete entretención, va bien hilado, cómo no; pero se pierde en ese afán de criticar que luego explicas más abajo de la dedicatora. Te aseuro que no era necesario. El relato habla por sí solo. Me divertí hasta el tercer párrafo, creo que debieras darle oro giro, bien que sabes hacer las cosas. El título siempre será atractivo... FaTaMoRgAnA
24-11-2008 Señora, lo que Ud. describe no puede definirse como patología. Queda claro que no sabe de qué va la histora. Parece que su padre no acertó con sus enseñanzas, y francamente, la palabra "dignidad" le queda muy grande. varsovia
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