Su mirada abstraída se clavaba en las luces de abajo, eran tristes y melancólicas, un par de lagrimas surcaban sus mejillas. La tormenta era fuertísima, el diluvio empapaba e inundaba todo, los truenos espantaban a los niños y a sus mascotas, los automóviles patinaban y chocaban en las carreteras mojadas de la ciudad.
Sus manos temblaban, una mirada suplicante lanzaba al cielo, estaba todo empapado allí en su destierro en soledad que lo hería, ni la lluvia copiosa ayudaba mucho en refrescar en algo el pensamiento y el dolor psicológico que sentía; el desasosiego inmenso lo era todo en él, en ese cuerpo de niño, en esos diez y siete inviernos de vida, en ese ir y venir constante que es la vida, en esos días de alegría y otros tantos de tristeza que no fueron mas que granitos de tiempo que se sumaron a la cuenta de vida. Allí arriba, en un edificio tan alto que parecía rozar el cielo negro, que parecía atravesar las nubes negras de esa noche en diluvio; algún suceso tuvo que ser determinante. Allí arriba en la azotea en el piso x, en el piso infinito, una mirada tristísima que encarnaba a la melancolía se clavaba en las luces borrosas e inquietas de allá abajo, se oían débilmente los cláxones de los coches y los murmullos de vida. Divididos él y el mundo por el hierro y el concreto. Tristísimo, los truenos feroces reflejaban su sombra pétrea en el suelo de aquella azotea encharcada, era como un espejo inquieto por el tiempo caótico, pero que dejaba notar una figura taciturna y mil veces triste. Un brillo se apodero de su mirada, un atisbo, el vislumbrar el destino, la calma se apodero de su cuerpo, abstraído otra ves rápidamente de un salto se puso del lado opuesto del barandal, cara a cara con el vacío.
El caos era general abajo, la gente empapada buscaba un refugio, las pistas estaban llanecitas de automóviles estropeados y gente mal humorada por el trafico fatal que provocaban los automóviles chocados, se habían formado charcos enormes, las gentes resbalaban en ellos, los chicos de los edificios explotaban en carcajadas al verlos y los perros ladraban espantados.
Arriba alguien atrapado en sensaciones dolorosas se lanzaba al vacío, un ultimo trueno agónico lo despidió: le grito brutalmente adiós y le ilumino el camino, su sombra se gravo inmensa por ultima vez en la azotea y en el gran espejo, sus brazos estaban extendidos como sintiendo volar a un mundo donde todo es posible, sintió el consuelo de las gotas de agua en su descenso, lo seguían parejo, lo seguían, lo seguían. Nadie lo vio, no supieron nunca quien era ese muchachito que se lanzaba al vacío, tampoco lo vieron caer, el caso es que su figura se desvaneció en los aires, lo atrapo el tiempo y la tristeza, no lo dejaron caer, se lo llevaron a su dimensión, a su morada, en algun rincon desconocido del universo.
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