UNA VIDA NORMAL
Sabía que mis padres vivían rodeados de lujos y comodidades. Se notaba en todo, en el olor de la hierba recién cortada del inmenso jardín, en la mezcla de aromas que desprendían los cientos de flores que rodeaban la casa. Lo susurraba el aire limpio que mis pulmones tanto necesitaban, lejos de la ciudad y que ellos buscaron para que yo creciera sano.
Nada perturbaba la armonía reinante, todo era perfecto. Todo crecía al ritmo adecuado, incluso yo, a pesar de mi tara pero, bueno... eso sólo lo sabía yo.
Sentía su amor y cuidados en todos los poros de mi húmeda piel. Les oía hablar con palabras tiernas, llenas de cariño, acariciándome, mientras planificaban mi futuro. Un futuro lleno de cosas buenas: buenos padres, buenos colegios, buenos amigos.
¡Será arquitecto y cuando sea mayor diseñará las casas que yo construya!
¡No cariño! será lo que él quiera ser... ¡es su vida!
Yo quiero ser todo lo que ellos quieran, pero no sé si podré y ¡temo tanto defraudarles!
Les querré como ningún hijo ha querido, les llenaré de besos, de abrazos, de tiernas miradas... ¡les compensaré!
Esa tarde, mi madre se perfumó especialmente y un aroma a rosas frescas inundo mi mundo. ¡Vamos al médico, cariño¡. A mi no me gusta... me observa, me toca, me hace daño y ¡no soporto que haga llorar a mi madre!.
LLevan dos días llorando, desde que volvimos de aquella consulta. Creo que han descubierto mi tara y... ¡les entiendo!
Cariño, ¡no podemos seguir así, tenemos que hacer algo o te volverás loca! lo primero es tú salud, nuestra estabilidad mental, nuestra vida; ahora es pequeño... no sufrirá.
Las rosas no perfumaban, el aire dejó de ser puro y la armonía se rompió para siempre esa tarde camino a la clínica.
¡Relájese, será sólo un momento!, le decían a mi madre mientras la luz de un gran foco inundaba mi espacio y mataba mi esperanza...
Ya hemos terminado, ha sido fácil, sin complicaciones, en unos días podrán hacer su vida normal.
|