Hay ciertas cosas que todo el mundo da por descontado que todo el mundo debe saber. Cosas aparentemente sencillas y afiliadas al más común de los sentidos, como colocar cinta de teflón en las conexiones de gas antes de cerrarlas. La gente alza las cejas y pone cara de circunstancias cuando uno se declara incapacitado para encender el boiler o para hacer funcionar un automóvil sin marcha en primera, segunda o reversa.
Todo el mundo (TODO) debe estar enterado que la basura pasa los martes y los jueves, que ciertos platos no deben tocar el agua inmediatamente después de haber salido del microondas so pena de estallar en mil pedazos. Se ha sabido de inocentes asesinatos por el desconocimiento de que los gatos no pueden eructar y después de un buen guiso uno pretende portarse buena gente y les agrega sal de uvas y alkaseltzer al agua del bebedero.
Cosas sencillas y aparentemente afiliadas al más común de los sentidos como caminar con la mujer pegada a la pared por una cortesía discutible, o de dejar apagado el frigorífico después de haber movido su estructura durante una mudanza.
Y el mundo se estremece cuando uno de sus miembros no conoce de estas cosas. Se le mira con desprecio, como a las cucarachas que, mientras dormimos, hacen fiesta sobre nuestras vajillas, o como el hijo adolescente sinónimo de inútil que desperdicia las cervezas frente al televisor. Y hay poco que hacer al respecto: la sola pregunta es necia, risible y motivo de enviar al emisor directamente por la bolsa de los hielos o al tugurio fisiológico que su falta de sentido común le dicte. Es triste.
Deberían existir digamos entrer la secundaria y la prepa materias optativas que versen sobre conocimientos básicos de por ejemplo plomería y mecánica, zoología, amor.
Uno cursaría exámenes extraordinarios de Sentido Común I y II. Se recomienda. La especie mejoraría.