a veces me imagino siendo tú, C y que la diálectica me consuma hasta los huesos. a veces te miro desde lejos, y es como mirarme a mí desde los pies sintiendo que cada palabra tuya es como un estertor que me hace venir cada vez que necesito sentirme tú. porque esa era la verdad: la necesidad de tener a tu hijo esperándome a mí después de haber caminado cientos de huellas, algo así como tu valparaíso en noches cuando las voces se agrandan y queda ese no sé qué porteño con sabor a cerveza y a belmont de a diez.
te sacudo y me limito a esperarte sabiendo que un mismo nombre lleva apellidos tan diferentes. me avergonzaba de tan sólo sentirte mía en tanto que eras la mujer que quería para mí, con tu elocuencia colgada al cuello. si pudiera subrayarte créeme que lo haría y te repasaría cada vez que me sintiera empobrecida o abrumada, me cobijaría en tus silencios, en tus ganas de devorarte la estética estructural y decir hemos nacido pero también vamos a parirle algo al mundo. encontrarme en los mismos estadios espaciales y hacerte venir como mi más ferviente antojo en días en que la moderación no fuera más que una simple doctrina cumpliéndole un favor al lugar.
yo sé, C que tus años no se comparan a los míos. que me llevas la ventaja del vientre de pergamino y de los dedos afilados como cuchillos cartoneros. pero sin embargo, siempre me pasó eso de sentir que la misma anna que encontró un desenlace inusitado (¿inusitado, acaso?) en las vías férreas era la misma que llevabas tú o que llevé yo años atrás acá adentro. éramos casi por génetica similares aún sin los veranos en la serena y otras situaciones que quizá te producirían más angustia que otras cosas. no sé...siento que no me acerco en estas líneas, pero de todas formas te las dejo porque son tuyas como las calles estrechas que son como mitología para ti y además porque yo soy pura especulación.