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La cometa se elevaba lentamente por los aires conforme el pequeño Dimas le daba más hilo de su carretilla, que se curvaba finamente en toda su extensión hacia el cielo siendo apenas visible, se le veía jubiloso por verla perderse y dominar las alturas. Tomando una gran piedra, fijaría la carretilla al suelo dejando a su cometa volar por su propia cuenta, para así recostarse sobre la hierba y contemplarla más detenidamente.

Las nubes se paseaban blancas y rebosantes como grandes motas de algodón, la noche anterior había llovido copiosamente y la fuerte ventisca proveniente del oeste indicaba que el mal tiempo continuaría manifestándose durante la noche que se avecinaba, aquella ventisca, desprende la gorra que llevaba puesta el muchacho, quien no le dio demasiada importancia.

En ese instante, una bandada de palomas iniciaba su vuelo surcando el mismo cielo de la cometa haciendo amagues de diversas y creativas figuras, no obstante una de ellas, quizás la más distraída, comete la torpeza de estrellarse contra la cometa del muchacho de la cual logró desprenderse soltando unas cuantas plumas, para luego alejarse contrariada, la cometa en tanto continuaba con un leve giro volviendo a estabilizarse suspendida en su trance levitatorio, Dimas no pudo evitar reírse de aquella curiosa escena y dándole giros a su carretilla recogió su cometa de vuelta, dispúsose luego a buscar su gorra, lamentando no poder hallarla por ninguna parte. Logró divisar a dos niños, que se encontraban a unos pasos atrás, según su impresión unos dos años menor que él, corrían lanzando piedrecillas por doquier, cayó en la sorpresa que uno de ellos llevaba puesta su gorra la cual reconoció de inmediato. Se acercó tranquilamente hacia ellos.

-Disculpa, ¿puedes decirme donde encontraste esa gorra?

-Recién nada mas fue que me la encontré y es mía– le respondió

-Temo decirte que esa gorra me pertenece, estaba elevando mi cometa cuando el viento me la quito, y tú la encontraste. ¿Serías tan amable de devolvérmela?

-¡No!,… es mía, me la encontré tirada.

Dimas notaba la testarudez en el rostro del niño, que parecía a toda costa no querer dar su brazo a torcer, el otro niño simplemente se dedicaba de fulminarle desconfiadamente con su mirada. La paciencia de Dimas se acercaba a su límite.

-Te repito por última vez, devuélveme mi gorra.

-¿Qué harás si no te la devuelvo?

-No te gustaría averiguarlo, mi gorra por favor.

-Ahí está tu porquería de gorra– haciendo gesto de lanzarla al suelo, luego pisoteándola, se alejó riéndose, Dimas se inclino para recogerla, cuando repentinamente recibe una fuerte patada del otro niño que lo acosaba instantes atrás. Tropezó cayendo bruscamente al suelo. Furioso, se pone en pié tomando su gorra, dispuesto a darle una paliza a su atacante, pero este había huido lo bastante lejos como para ser alcanzado, dándose cuenta que no valdría la pena perseguirlos. Ya había recuperado su gorra y lo que mas anhelaba en esos momentos, era volver a casa.

El viento soplaba más y más fuerte, a medida que el muchacho descendía la pequeña colina, el tiempo empeoraba, todo indicaba que empezaría a llover en cualquier instante, por lo que apuró el paso. Cruzó un pequeño puente de madera, seguido más adelante por un pequeño trecho de bosque de eucaliptus, hasta donde se hallaría la entrada al pueblo, custodiada por hombres que controlaban su acceso.

Mirando por aquel sendero, Dimas pudo distinguir la silueta de alguien aproximándose en sentido contrario, justo frente a él, era un desconocido hombre. Llevaba puesto sobre si un sombrero negro, y a medida que se acercaba más notó que su rostro iba cubierto por telas del mismo color, vestido también con una larga capa de viaje. Quizás lo peor fue que su mirada, de ojos negros muy abiertos estaba puesta en Dimas.

Una extraña sensación y escalofrío perturbó la marcha del muchacho que no hizo más que cerrar sus ojos quedando grabada en su mente la mirada de aquel extraño individuo. Caminó a tientas esperando nada más pasarlo de largo. Se oían sus pasos constantes, seguía acercándose… de pronto ya no se oyeron, Dimas abrió sus ojos y con horror contempló al sujeto parado justo en frente a él.

-Yo los maté- le susurró calmadamente y haciéndose a un costado siguió caminando, dejando atrás al tembloroso muchacho.

De vuelta en sí, e impulsado por un mal presentimiento, Dimas corrió hacia el pueblo. Ya en su vecindario notó de qué se trataba todo, multitudes de personas se agolpaban en el lugar. El muchacho destrozado, cayó de rodillas, sin poder dar crédito a lo que se le presentó delante.

Su casa se hallaba ardiendo en llamas.



Continuará











Texto agregado el 26-09-2008, y leído por 171 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-09-2008 Concuerdo con krondel en lo de intrigante, no me esperaba ese final, de hecho pensé que era un cuento corto pero veo que me equivoco; las descripciones si bien están más que claras, siento que pones demasiado ahínco en eso, muchas palabras para descripciones que no necesitan ser tan acabadas (déjale algo a la imaginación jeje) Quedé colgado así que espero que lo continúes y no se le pongan telarañas a tus cuentos (como a los de krondel... jejeje) 5* Seifer
26-09-2008 Interesante e intrigante comienzo. Siento que escribes esta historia con un gran racimo de ideas en tu mente; espero que las plasmes. Buena descripción; hizo que viera todo en imágenes vivas. Espero que esto continúe. Y que sea pronto, buen cepón. :D krondel
 
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