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Le hubiera gustado que le dijese la verdad pero era imposible. Cómo decirle que no podía salir a la calle solo, que necesitaba de alguien a su lado, que en cualquier momento olvidaría quién es él, hasta qué es él... Imposible decírselo. Cogí mis maletas y decidí llevarme a mi padre a mi casa. Había conversado con mi esposa e hijos y ellos lo habían aceptado, a regañadientes, pero, cuando les dije que estaba decidido, entendieron perfectamente. Dejé la empresa a nombre de mi mujer y mis hijos. Estaba loco pero ¿por qué no serlo? El mundo seguirá su andar sin mi ayuda, mis hijos harán de sus vidas como les de la gana, mi mujer hallará con quien conversar todas las noches y yo... Bueno, yo, yo, estaba confundido, pensando en mi viejo padre loco. ¿Serán los genes? Dejé de pensar y salí con mi maleta rumbo al cuarto de mi padre. Lo encontré como siempre, sentado frente a la ventana. ¡Mira!, me dijo antes de que entrara. M acerqué a la ventana a ver de qué hablaba el viejo y vi que dos palomas hacían el amor con tanta naturalidad que me dio un sano placer de apreciar las cosas simples. Nos vamos viejo, le dije. ¿Eres mi amigo?, preguntó. Me miró con esos ojos abiertos y legañosos y supe que no lo era... Bajé los hombros y me puse a llorar. ¿Por qué lloras?, preguntó. Le escupí toda la verdad en su cara... Sonrió y dijo algo hermoso, tan hermoso que casi lo he olvidado ahora que ya ha pasado el tiempo y mi padre ya no está entre los que respiramos este contaminado aire.

"Todo pasa, todo... Mira esas avecillas... Serán pronto polvo, plumas secas... Mírame, pronto seré como un ave, un ave sin alas... Sí..."

Diciendo esto, se paró y casi arrastrándose se encaminó hacia la ventana para luego saltar por ella... No sin antes gritar el nombre de uno de sus viejos amigos... ¡Ricardo!

Callé. No dije una palabra. Miré los escombros de esos viejos huesos de mi padre ensangrentados en medio de la vereda. Era mi padre y extrañamente sonreía. No me moví hasta que llegó la ambulancia, policía, mis hermanos, mis hijos, etc, etc. Quedé sentado en su silla y desde esa fecha no quise mudarme de lugar. Y desde aquel lugar es que escribo como un poseso, como uno de esos viejos amigos de mi padre que nunca lo fui, porque, no estuve en ninguno de sus capítulos de esa hojas que me dio... Un hijo no es un amigo, es... es, es un pedazo de su padre... Sí, eso fue lo que sentí, y sentí también que debía escribir hasta terminar su inenarrable historia, que era la de un hombre lleno de defectos y lleno de virtudes, como cualquiera de nosotros...

Texto agregado el 26-09-2008, y leído por 217 visitantes. (0 votos)


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