Sobrevivientes
Es domingo y para sublimar mis ansiedades, con frenesí limpio vidrios, espejos, porcelanas y metales, mientras mi espíritu vaga rozando cada una de las piezas.
Torbellinos de recuerdos se corporizan en cada objeto, sobrevivientes de otros mundos. lejanos algunos, otros no tanto.
Estallan los sonidos, se ilumina la estancia y bailan en remolino la bombonera, la copa de cognac la pitillera, el tintero de viaje, el porrón de ginebra, el pequeño salero de plata, la hielera de cristal, el monograma familiar, la lámpara de bronce y las pipas.
De los cajones saltan los cubiertos de alpaca labrada y desde los rincones se hacen presente más recuerdos: el canastito de mimbre, el costurero de la abuela, el hervidor de aluminio, la azucarera, el botellón de licor. Todo responde al tañir de las campanitas esparcidas en las carpetas que cubren las mesitas.
Los retratos familiares, con ojos apacibles, se pliegan a la danza. Luego todo se detiene, me paralizo, un escalofrío recorre mi columna y mis ojos, sin resitencia, liberan la tristeza.
Lo innegable se patentiza con toda su fuerza. La verdad está allí, me golpea.
Los objetos hablan por nosotros, nos sobreviven y cuentan nuestra historia, porque nosotros, soberbios mortales, inexorablemente emprendemos el viaje sin retorno. |