-¡El paseo será fantástico!- incesantemente repetía una voz en mi interior. Pero algo me decía que se alteraría el itinerario planeado. Sin más, subí a su auto. Halagó encantado mi vestido, ese que yo había elegido cautelosamente para él.
Después de haber andado tantos kilómetros, mis ropas parecían sucias, rotas, olorosas. Me sentía enceguecida por el cansancio, aun así pude divisar algo en la lejanía. El amurallado universo no se encontraba a mayor distancia. Desde un principio supe que así sería, pues cuando por las noches lo soñaba, ya creía que no sería simple mi ingreso allí.
En el frente había una puerta dorada, inmensa, imponente. No logré observar en las alturas su fin. Su ancho era, también, incalculable. En cada extremo, sobre el suelo, podían verse exóticos animales disecados. Yo estaba maravillada con cada detalle que encontraba en las puertas de ese universo.
Supuse que él iba a querer acompañarme, lo busqué sin éxito. Busqué entre la neblina gente: caras, cuerpos, voces, almas. Y sin embargo no había ser alguno en mis alrededores. Me hallaba sola, sola y fascinada frente a lo inquietantemente desconocido.
Dudas, miedos, inseguridades, recuerdos, anhelos, imágenes, cuestionamientos, y negativas invadieron aquel decisivo instante, en el que todo se me fue de las manos. Un golpe en la nuca, sangre por doquier, el calor del asfalto, la asfixiante sensación de no poder despertar. Una fuerte opresión en el pecho, el inquietante desandar del camino: el triunfo del escepticismo.
Tenía puesto exactamente el mismo vestido que en el anterior instante.
|