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El personaje

El tren llegó y me trajo tu historia.
Al bajar eras una más en medio de la gente.
Decidí que habías partido dos noches antes de tu casa; quizá fue tu cara de cansancio que me lo insinuó. Todavía yo ignoraba cuál sería el motivo del viaje, pero quise que recordaras el momento exacto en que cerraste la puerta de calle. Llevabas un bolso de mano que no tenías memoria de haber preparado porque mi intención fue que lo olvidaras. Sospeché que algo grave ocultabas en tu mirada perdida. En el primer hotel donde paraste hice que descubrieras que contenía tu ropa.
Te llamé Irene como mi madre. Un nombre para una vida que parecía sin altibajos, igual a la suya, monótona, y rica en sueños no cumplidos.
A tu alrededor imaginé revoloteando tres críos rozagantes junto a un hombre bueno que no te dejaba faltar nada. Ese fue el compendio de felicidad al que, a pesar de todo, te hice acreedora, y que cada mañana agradecías a la vida.
Pero los recuerdos no ceden fácilmente el lugar que por antigüedad les pertenece, tampoco respetan el derecho a disfrutar del presente, que suponías, libre al fin de temores y de culpas. Ahora van a alcanzarte y entonces tu equilibrio se romperá.
La noche es el momento que elegí para dejarlos entrar, cuando tu única compañía es el silencio apenas roto por el ronquido acompasado de ese hombre bueno que te parece un premio inmerecido.
En medio de ese silencio la voz de lo odiado resonará intacta, la mirada libidinosa va a reaparecer y la amenaza surgirá como en aquella tarde de tu infancia. El mismo sudor miedoso recorrerá tu cuerpo que, desde entonces, ya no es el mismo y el dolor volverá a desgarrarte igual que la primera vez. También ahora vas a sofocar el grito que antes se confundió con el otro lanzado por tu madre. Después, aquella mirada va a derrumbarse lenta y de nuevo verás el charco de sangre que también era tuya, como los recuerdos.
Desde ese día, cada noche los haré surgir inconmovibles cuando, luego de saciar los deseos de tu hombre bueno, te aferres a él sin poder, sin embargo, frenar la sucesión imperturbable: voz, grito, mirada derrumbándose. Allí interrumpiré la secuencia para dejarte volver a escuchar emocionada el ronquido acompasado. Pero esta vez, no permitiré que alcance a protegerte de esos recuerdos intrusos que te empujarán a tomar este tren para intentar escapar de una historia que, sin pedirte permiso, te inventé.

Texto agregado el 25-09-2008, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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