Impertubable, firme, recortándose rotunda su silueta contra el cielo del atardecer contemplaba con severidad como el Sol se ponía abdicando en la Luna menguante. Había visto la escena miles de veces, decenas de miles y aún se preguntaba porqué el astro rey deponía su reinado ante un ser tan insignificante como una súbdita de uno de sus cortesanos.
Arrogante miraba con desprecio al último rayo solar apagándose en el manto negro de la noche mientras la Luna parecía sonreírle divertida por su altivez. Coqueta acarició suave con su luz la dura piel de su censor, éste impertérrito siguió en su lugar haciendo caso omiso de las caricias de aquella a la que despreciaba.
Cansada de tanto desdén la guardiana de la noche llamó a su amigo Viento, éste sopló con toda su bravura pero apenas logró que el impasible vibrase sin moverse de su lugar. Furioso Céfiro por su fracaso fue a buscar a las nubes, trajo tantas que el cielo sembrado de estrellas se sumió en la oscuridad total dejando sólo asomar un poco a la Luna para ver la escena, las nubes descargaron toda su agua sin conseguir más que mojar su soberbia. El Viento cumpliendo las instruciones de su amiga hizo chocar cúmulos entre ellos provocando una tormenta...
El Sol se asomó con pereza por el horizonte, su luz apartó a las nubes que cansadas del trabajo nocturno se disiparon, el viento fatigado se tornó brisa mientras la Luna ya había huído de la escena. El astro rey acostumbrado a los cambios incesantes en la superficie de la Tierra ni se percató de como sus rayos secaban las húmedas y aún humeantes piedras de un torreón fulminado por un rayo. Para él sólo eran unas ruinas más.