El cristiano devoto entra en la habitación especial donde retumba el sonido al infinito. Las paredes blancas son adornadas por imágenes sagradas y una talla del Cristo clavado en la cruz, que inspira respeto, pena y hasta morbo. En una de las paredes, la ventana colonial, larga de madera, se abre de par en par y da al jardín lleno de vida, colores y olores.

El hombre de mediana edad y calva disimulada, se sienta cerca de la ventana y se divierte egoísta, con los rayos del sol que proyectan un arcoiris en las lágrimas atrapadas por las pestañas sinuosas. El aire vital cargado de energía produce en él, paz y confortabilidad. Pronto clava su mirada en la pequeña Biblia con dibujos y símbolos en relieve que lleva en la mano, acaricia la tapa y le agrada la sensación bajo su palma, la abre y al azar se detiene en el capitulo I del génesis. En sus ojos refleja confianza gaznápira y una conexión onírica con el padre creador.

Después de un momento de análisis de la lectura sagrada, hecho para exaltar la inspiración, cierra el libro lleno de información y lo coloca entre sus piernas. Está sentado en un banquito que hace juego con las paredes. Saca el rosario de su cuello y los empuña con fe entre sus manos, cierra los ojos, el mentón toca el cuello y el rosario envuelto en las manos roza sus labios. Esta conectándose con lo divino. Esta orando.

Replica en voz alta

-DIOS, padre eterno tu que todo lo ves, que todo lo oyes, deseo que entres en mi, que llenes mi corazón de amor, compasión y sabiduría. ¡Entra en mi padre… Entra en mi!

La mano divina acaricia los cabellos del hombre.

Sin que el lo prevea, una mosca se posa en su mano, luego revolotea un poco y se monta en el hombro, y como si reconociera su casa trata de introducirse por las fosas nasales. El hombre cristiano ha sido perturbado.

Trata de espantar al insecto pero irremediablemente falla al tratar de agredirlo, revolotea un poco mas a su alrededor entre zigzagueos bruscos y cambios de ángulos imprevistos, se posa nuevamente, esta vez en la oreja, y trata de encaminarse hacia el tímpano pero es cortada su acción con un manotazo que deja estampada en el rostro la huella de la mano. Ya cansado del animal inquieto, el hombre es expulsado de su meditación, y decide dejarlo para luego, cuando no haya bichos molestos.

Todos los días entra al recinto y efectúa el mismo ritual, fiel y mecánicamente, pero aun no comprende porque cada vez que trata de tener un encuentro con DIOS, las moscas revolotean sobre él.