El abuso de la fuerza de la sangre para el trabajo rudo. El trabajo no remunerado. Las jornadas que exceden los límites que la naturaleza pueda tolerar. El pretexto de las supuestas “diferencias raciales” para explotar a los indefensos. La humillación tanto física como psicológica. La esclavitud.
Desde que se constituyen las encomiendas en la Nueva España, indios y posteriormente también negros, son utilizados, forzados y humillados en su dignidad para realizar las tareas más ruines y de mayor esfuerzo. Podemos aún imaginar al encomendero disfrutando de sus manjares; engordando ferozmente mientras que sus indios esclavizados se debaten entre el sudor y el miedo.
Un respiro, un solo minuto de descanso y podría costarles la existencia. El pueblo invadido se había convertido en esclavo en su propia tierra. Sin derechos, sin retribuciones, sin poder siquiera levantar la mirada hacia el invasor porque sería retarlo.
Nuestro benigno clima parecía hacerse cómplice del extraño al hacer prosperar los frutos, no importando que no estuvieran destinados a alimentar al verdadero amo, sino a su verdugo.
Los evangelizadores no se dan a basto para consolar, para curar, para predicar al indio; mientras éste los observa con esa su mirada triste, esa mirada de raza herida en su orgullo. Mientras recuerda, entre prédica y prédica del fraile: el látigo que revienta las carnes y retumba en sus oídos. A su mujer ultrajada y él a la vez ofendido en su honor en tanto que el cruel extranjero se mofa de su tragedia. El niño más pequeño golpeado en el rostro, sólo por ser hijo de indio. Él mismo siendo comparado con las bestias y trabajando a su paso. Sus dioses cayendo y estrellándose desde los altares por parecerles irrisorios y diabólicos a esos amos. Sus futuros hijos ya marcados desde antes de nacer para un destino igual o peor que el de sus padres y sus rituales tratados de malignos y “macabros”. Su pueblo, en suma, merecedor de nada… más que de la miseria y la esclavitud.
Y se pregunta el indio: ¿cómo puede ser que esos predicadores que hablan de un Dios tan bueno y que son además tan venerables y sabios, sean hermanos de aquellos otros que les han hecho destruir sus propios templos y edificar unos nuevos sobre sus restos? ¿Por qué habían usado de esa crueldad con ellos cuando, a su llegada, sólo los recibieron con dádivas y hospitalidades?
Hubo varios religiosos que se opusieron a la esclavitud, especialmente Fray Bartolomé de las Casas, quien defendía a los indígenas apoyándose en la ideología de Vasco de Quiroga, quien fundamentó sus ideales en el famoso escrito “Utopía” de Tomás Moro para manifestar sus aspiraciones humanísticas.
Los primeros esclavizados en nuestro continente fueron estos indígenas que sobrevivieron a la conquista española para trabajar como mano de obra barata o gratuita en las labores agrícolas y las minas de plata de la Nueva España y el Perú, para posteriormente ser sustituidos por africanos.
Durante cuatro siglos, cerca de 15 millones de hombres fueron transportados a manera de bestias en el fondo de oscuras bodegas. Eran negros africanos capturados a lazo y vendidos por cantidades insignificantes.
La esclavitud en el pasado no sólo fue justificada, sino también vista como una cuestión útil y necesaria. Aristóteles la calificó como una de las divisiones naturales de la sociedad, comparable a la que supuestamente existiría entre el hombre y la mujer. Este filósofo decía que había dos clases de personas: “aquellas que están naturalmente dispuestas al mando y quienes están naturalmente dispuestas a ser mandadas, por lo que su unión era lo que hacía que ambos pudieran sobrevivir", y con ello quería decir que tal relación era "ventajosa tanto para el amo como para el esclavo". Santo Tomás tenía la misma visión que Aristóteles acerca de la esclavitud. Y lo mismo sucedió con Hegel. Sin embargo, las voces discordantes en el mundo antiguo la dieron los Estoicos, en particular Diógenes, quien condenó la esclavitud.
No obstante, no fue sino hasta el siglo XVIII cuando la filosofía Iluminista convirtió en absurda y repugnante la noción misma de esclavitud, ya que la defensa de la noción de igualdad que ella proclamó significa precisamente la condena a la esclavitud en todas sus formas y grados.
Durante el Virreinato, no solamente en México, sino en toda América hubo esclavos, pero hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX, la situación era ya insostenible; demasiadas generaciones habían sido lastimadas en su legitimidad como para no intentar salvarse. Ese fue uno de los primeros gritos de nuestro pueblo, un grito que culminaría con el de Dolores, aunque para esto aún faltaría revivir infinidad de escenas dolorosas.
La idea de abolir la esclavitud va creciendo paulatinamente en todas las castas oprimidas y fluye implacable como un cauce de rabia en la mente de los futuros libertadores. Esa sangre derramada, esas vidas consumidas no habrían sido en vano, clamaban con la desesperación de su propia agonía y se refugiaban en sus corazones y en sus ánimos.
No fue sino hasta 1810 que don Miguel Hidalgo y Costilla ordenó en Valladolid ponerlos en libertad. Después, el 6 de diciembre de ese mismo año, promulgó en Guadalajara un bando aboliendo la esclavitud. Estos son los primeros puntos del documento de Hidalgo en Guadalajara:
1) Que todos los dueños de esclavos deberán darles la libertad, dentro del término de diez días, so pena de muerte.
2) Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos, respecto de las castas que los pagaban, y toda exacción (exigencia de impuestos) que a los indios se les exija.
“Y para que llegue a noticia de todos y tenga su debido cumplimiento, mando se publique por bando en esta capital y demás villas y lugares conquistados, remitiéndose el competente número de ejemplares a los tribunales, jueces y demás personas a quienes corresponda su cumplimiento y observancia”.
En nuestra Constitución se estipula que está prohibida la esclavitud desde que Miguel Hidalgo decretara su abolición.
José María Morelos, por su parte, proclamó en su escrito “Sentimientos de la Nación”, publicado el 14 de septiembre de 1813, que “sólo distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud” y con ello confirma la abolición de la esclavitud en México.
Puede haber muchas clases de esclavitud: incluso de pensamiento, de libertad de expresión, de creencias, pero gracias a estos antecedentes, hoy en día la Constitución también nos otorga dos tipos de derechos: los individuales y los sociales.
Ningún individuo es más importante que otro. En México no existen esclavos ni nobles, y los derechos humanos que la Constitución reconoce están garantizados para todas las personas. La Constitución garantiza un gran espacio de libertad para cada individuo: todos podemos pensar, decir, oír, escribir o hacer lo que queramos siempre que no dañe a terceros.
Durante la lucha por la Independencia de México, estas forma de abuso se lograron abatir gracias a la suma de voluntades y de fuerzas que pugnaron por hacer de esta una patria unida y libre, sin la existencia de castas y sin discriminación de razas. El resto de la historia dependería de las siguientes generaciones.
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