Había cogido muchas verduras aquella mañana. Mi esposa me había dicho: Escoge los más pequeños. Eso hice pero al verlos del tamaño de una semilla, sentí que debía ser más grande. Los cambié y antes de entrar en mi casa pasé por un restaurante en donde mi padre me llevaba desde niño. El tiempo me apuraba pero qué diablos, decidí entrar un momento. Y sí, allí estaba la gente. Los mozos mas viejos, diría yo otro, pero viejos. Recordé la mesa en que mi padre y yo nos sentábamos. La vi y en ella había dos señoras tomando una botella de cerveza. Me les acerqué y les dije si podía ver la mesa, sentarme en ella, recordar un momento lejano en mi vida. Asintieron. Me senté y una de ella me tocó la pierna. La otra la otra. Sonreí. Vi sus madejozas caras de semen a gritos y les dije que para otra vez. Insistieron y cogieron mis pelotas. Me sentí mal y cuando estaba por levantarme una de ellas me las apretó. ¡Dios!, qué dolor. Grité y me encogí como oruga. Todos reían de mí. Y así estuve por unos momentos hasta que un hombre, ya mayor, me ayudó a levantarme y sentarme en una mesa que, casualmente, era la misma mesa. Claro que ya no estaban las dos locas. El viejo me invitó un poco de cerveza y hablamos un momento. Le conté la historia de mi padre y yo, cuando veníamos cada semana y el anciano se alegró, y dijo. Fíjate tu, yo venía con mi hijo también... Claro que ahora no se puede porque ya no esta mas... Murió hace más de cinco años. Le quería y éramos grandes amigos. Seguimos hablando hasta que sentí un gran parecido a la forma de híper actuar de mi padre... Se lo dije y este sonrió. Todos los viejos nos parecemos hijo, pero, en esto de los hijos, todos son diferentes, aunque te diga que cuando te vi enroscado en tu dolor, recordé al mío, llorando en el hospital por el cáncer que mordía sus entrañas... Murió lleno de dolor y ese dolor se quedó conmigo para siempre. Todas las noches escucho sus gritos. Le amaba y quise morir pero pasó algo que no me vas a creer.
El viejo me contó la historia de su hijo ya muerto y sus conversaciones nocturnas con una de las puertas de su casa. Mi hijo está de alguna manera detrás de la puerta y lo sé como que dos y dos son cuatro. ¿Lo ha visto?, pregunté. Nunca hijo, nunca le he visto tan bien como detrás de una puerta de la casa en que vivimos desde que era un niño... Le escuché largo... Recordé unos pasajes con mi vida con mi padre y al cabo de cinco horas, nos despedimos. Antes me dijo que quizá no volvería a verme. ¿Por qué?, pregunté. Hoy salgo de viaje, y no sé cuándo volveré. Entiendo. Le deseo lo mejor y adiós, le dije.
Le vi partir y mirar hacia el cielo. Era un hombre fuerte, alto y de frondosos cabellos blancos. Sus ojos azules denotaban una bondad especial. Vestía como un vaquero, hasta usaba un sombrero grande... De pronto vi que se detuvo y miró hacia el cielo. Le vi alzar las manos como si quisiera alcanzar una cosa, casi a su lado... Dejé de verle cuando llegó un auto muy grande, deteniéndose a su lado. Cuando el auto partió, el viejo no estaba ya más... Despareció. Me levanté de mi mesa y salí hacia mi auto. Miré hacia el cielo y vi una estrella especial. Brillaba una y otra vez. ¿Eres tu papá?, pregunté... Silencio y cuando estaba por irme, sonó mi teléfono móvil. Era mi padre. ¿Sí?, le pregunté. Te amo, me dijo... Callamos y al poco rato, mi padre colgó. Seguí parado mirando las estrellas, cuando vi que las dos viejas empezaban acercarse a mí. Me asusté la casaca y subí corriendo a mi auto, no sin dejar de escuchar las risas ordinarias de esas dos mujeres hambrientas de algo que no deseaba darles...
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