Aunque quiera cambiar. Aunque nada, en vano pronunciar estas palabras. Yo se que a ella le gusta que yo lo diga. No le voy a dar el gusto. Aunque nada, porque no quiere. Se ríe. Todos deberíamos reírnos con ella. Pero no así como ella se ríe de nosotros, la crueldad no nos une. Nunca lo hizo, siempre fue el punto exacto de separación. Se fusionan en una sola palabra, sus nombres se transforman en uno, cuatro ojos, dos pares de labios, colores entremezclados, pero su crueldad era el límite, la frontera de su ombligo al mío. Las expresiones trágicas de mi cara nunca se reflejaron en la suya, así como la satisfacción de la maldad que dibujaba líneas incomprensibles en su fisonomía. Era una especie de locura poco sana, que con el tiempo se fue desatando en lo que podemos ver ahora. Hermosa. Niña dolida. Te ocupaste de desatarme de tu cuerpo y de tu alma. Arrancarme de tus ojos oscuros. Te ocupaste de despojarme del paraíso que inventamos juntas. Ese mundo que ya no deja de consumirse en un fuego eterno que no deja espacio para nosotras. Volamos con las cenizas buscando otro lugar donde caer, y parece distinto, insensato, pero ya estamos aterrizando.