"Los ojos son la ventana del alma"
Frase popular
El cretino ese del Sandrino, me extrajo las flores.
Fue esa tarde en la salita de mi casa, cuando le dije que me había enamorado de una mujer, de una pequeña niña, tan tierna, dulce, amable y, sin embargo, mayor que yo. Guerrera ella, con los cabellos trenzados hacia el sol, como las ramas de los árboles que se alzan en el bosque. Y su cara, con la belleza misteriosa que ilumina los claros.
Pero bueno, todo lo anterior fue solamente parte de la charladita larga que echamos entre copa y copa de vodka. El, para mi, desafortunado hecho ocurrió tres horas después. El muy descarado parecía borracho y yo me confié, esa es la verdad. Me miró a los ojos muy fijamente y yo no nada que sospechaba, simplemente le devolví la mirada y luego no pude evitarlo, el muy maldito se entró.
Sucedió todo muy de prisa. Yo inocente y de ojos brillantes como el vodka bajo la lámpara amarilla y él esperando el momento oportuno para meterse. Yo creo que, si me lo hubiera pedido, lo habría dejado entrar, aunque soy muy desconfiado; ando y ando por la calle sin mirar a nadie a los ojos, estrellándome frecuentemente con postes avisos y uno que otro gato.
En fin, el caso es que el cretino ese se metió con la agilidad de esos bichos. Cuando estaba adentro (según me contó después, cuando se salió por fin), le sorprendió ver un inmenso espacio con paredes, techo y suelo de madera pulcra y brillante, pocas sillas, varias pinturas barrocas (generalmente retratos de una mujer de cabellos rizados al borde de un río oscuro, bebiendo, bañándose y ahogándose en diferentes escenas). También vio uno que otro dibujo de un artista cubano. "Lo había visto antes, pero no recuerdo el nombre" me dijo luego, como si yo necesitara que me lo dijera (Obviamente yo si sabía quien era y mi trabajo favorito son las Variaciones Dürer IV).
Todavía adentro, el muy sinvergüenza se acercó al centro del salón y vio allí, sobre la pequeña mesa circular en donde descansaba un fonógrafo y un florero de arcilla oscura, un ramo de orquídeas, "muy vistosas" dijo después el descarado, confesando además que al verlas, simplemente, tuvo que agarrarlas y correr. ¡Yo sé que eran bonitas, carajo! pero eran mías.
Cuando salió, Sandrino cerró los ojos y nunca más los volvió a abrir. Se quedó allí parado en la mitad de mi casa con los ojos cerrados. Intente abrírselos de todas las formas, inclusive le golpeé con fuerza, pero no obtuve respuesta. Cuando me cansaba y me tiraba al suelo, el muy maldito se reía de mí.
Eso fue hace más de un mes. La gente que viene a visitarme me pregunta ¿Qué hace ese hombre, tan quieto como una estatua, en medio de la sala? Yo les digo: "el muy descarado me robó las flores", luego todos se miran entre sí y, sin vergüenza alguna, van a golpearle con fuerza los muy ambiciosos, aún sabiendo que estoy ahí. El maldito ese no se mueve, pero se ríe y les echa maldiciones de vez en cuando.
A veces me siento a charlar con él, me pongo melancólico y lloro. Sandrino se limita a esbozar una sonrisa ciega y a decirme "siempre pueden regalarte otras". ¡Pero yo quiero esas! Y el muy desgraciado no abre los ojos.
Todavía tengo la foto de la niña. ¿Pero cómo voy a verla sin las flores? Mejor le digo que cierre los ojos también, no sea le extraigan más orquídeas, no sabría que hacer. Si eso sucediera, la traería a mi casa (se ve muy bonita cuando se pone ese saco de lana rosado que tiene otros colores también. Azul y verde creo) y la pondría en mi habitación. Junto al tele tal vez. |