En la ciudad del Cairo, vivía un joven que aspiraba con ser un gran arqueólogo y viajar por el mundo; desde pequeño ese era su deseo, y nadie ni nada lo iba a detener.
Teniendo 19 años, Qadim Kadel ya estudiaba la carrera de historia en la universidad del Cairo; su tiempo libre lo repartía entre visitar las zonas arqueológicas egipcias, practicar deportes y devorar grandes libros de historia universal.
Podemos describirlo como un muchacho alto, delgado, un poco moreno, de ojos ligeramente verdes, alegre, optimista, culto e inteligente.
La familia estaba formada por el señor Kadel, un hombre serio en su trabajo, pero amable en su hogar; el trabajaba como restaurador en el museo del Cairo. La señora Kadel era ama de casa y una dulce mujer, pero cuidado de quien ensuciara su cocina porque sino, ardería Troya.
Labib era el hermano mayor con 24 años, Qadim era el hermano de en medio, dejando a Lidaj como la pequeña hermana menor de 15 años.
El porqué Qadim se había decidido por la arqueología, no era por vivir en un país como Egipto, sino por el mejor amigo y compañero de su padre: el arqueólogo ingles John Howard. Ellos habían hecho algunos descubrimientos importantes juntos, pero hubo una ocasión en que encontraron la entrada de una tumba en el Valle de los Reyes; el equipo se apresuró en descifrar su contenido derrumbando aquella puerta que llevaba algunos siglos sellada, y sacando a la luz sus secretos. Como un regalo muy especial, Qadim fue invitado por su padre a ver la tumba con sus propios ojos; el solo era un niño de 8 años que se quedó maravillado y asombrado por la belleza del lugar, Howard fue el que contestó todas sus dudas y su forma en que le relataba los secretos de los egipcios provocó que en el naciera ese amor por la arqueología.
Pero el no solo conocía sobre los egipcios, sino también de los griegos, romanos, galos, vikingos, fenicios, chinos, japoneses, y hasta de los indios de América, entre otros.
-¿Tienes algún favoritismo en la arqueología?- le llegó a preguntar un profesor en las primeras semanas de la universidad.
-Yo más bien lo llamaría como mi especialidad- contestó el.
-¿Y a que se debe eso?-.
-Fue porque hace unos años empecé a encontrar loas similitudes de los egipcios con los mayas-.
-Pero estas culturas tienen una gran distancia en cuanto a tiempo y lugar-.
-Eso es lo más interesante y por eso estoy tan centrado en este tema; si se da cuenta, sus pirámides como tumbas, sus estudios de matemáticas, astronomía, medicina e incluso su forma de escritura son muy similares- le hizo notar el alumno –A pesar de que nunca se conocieron muchos datos concuerdan- y el profesor estuvo de acuerdo con el.
Con esto su plan de vida aumentaba, ya no solo quería graduarse y viajar por el mundo para ver sus maravillas, ahora quería ver la rivera maya y conocer a fondo esta cultura.
Algunos de sus compañeros pensaban que sus planes eran complicados o imposibles, pero ¿quiénes eran ellos para decirle que no podía? En algún momento de su vida Kadel tuvo a un excelente maestro que le dijo: “Si tienes algún sueño o idea, proyéctate en él, deséalo con todas tus fuerzas y el universo va a conspirar para que se haga realidad, y nunca dudes de ello.” Desde entonces cada idea positiva que atravesaba su cabeza, en ella el se proyectaba y el universo se encargaba del resto y siempre se cumplía, pues aparte el era una persona muy agradecida por todo lo que vivía.
Un día, mientras los futuros arqueólogos escuchaban a su profesor de cartografía que planteaba el tema de los mapas antiguos, otro maestro entró en el aula disculpándose por interrumpir.
-Disculpa Korav, pero tengo un anuncio importante para los chicos-.
CONTINUARA . . . |