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Fragmentos de una entrevista con Bergman Palotte*



“Malditas viejas hijas de puta, cómo las odio. Me cae de madres que pueden ir y meterse un ferrocarril por donde les entre. ¡Toda mi pinche vida he estado padeciéndolas! Tercero de seis hijos, las otras cinco niñas, nunca supe lo que era la justicia. Mi padre, pobre diablo, dominado totalmente por mi madre, al verse rodeado de faldas caprichosas, se olvidó de mí, de mostrarme cómo hay que tratar a estas bestias. Él no tenía ni voz ni voto, todo giraba alrededor de mi madre y para ella no había más que niñas en la casa. Yo era un error al que había que corregir. Mis hermanas no fueron más amables al respecto, por supuesto; abusaron de su número, de su condición “delicada” y se encargaron de hacerme pasar siempre por culpable de todo, de anular todos los espacios y todos los tiempos que me correspondían. Cabronas.



Usé ropa de niña hasta los nueve años y dormí en una recámara tapizada de rosa, en camas con sábanas de ositos cariñositos, hasta los catorce años. A esa edad mi madre decidió que era peligroso que siguiera compartiendo cuarto con tres de mis hermanas y me mandó a dormir a la sala. ¡Y claro que era peligroso! A esa edad yo ya había matado a todas las mujeres de mi casa, imaginariamente, unas cuatrocientas mil veces. No me extrañó en nada que mi padre llegara muy seguido a dormir a la sala, lanzado de su propia alcoba por su mujer. No me decía nada, simplemente acomodaba un cojín sobre el sillón y se dormía. ¡Cómo lo despreciaba! Por eso, una de aquellas noches, cansado de la situación, le dije que era un cobarde, que no era posible tanta pusilanimidad, que tomáramos nuestras cosas y nos largáramos de ahí, a ver qué hacían las mujercitas sin su proveedor de alimentos, sin su hermanito que se hacía cargo de arreglar cuanto desperfecto aconteciera, y nos largáramos a otro lado, a otra casa o ciudad. ¿Y qué dijo él? ¿Qué hizo? ¡Me abofeteó y me exigió respeto hacia la manada! ¡Puta madre! ¡A la verga! No le devolví el golpe más por lástima que por respeto, pero esa misma noche me fui de ahí. Tenía diecisiete años y el coraje suficiente para irme con lo que traía puesto. A chingar a su madre mi madre, su marido y sus cinco hijas.



No tenía amigos. En la escuela me decían Federica porque, sí, tenía algunas mañas femeninas, cierto tonito de voz, cosas así, que había adquirido gracias al hogar dulce hogar. Federica porque decían que yo era la fea de la familia, por mis ojos demasiado separados, mi nariz grande y chata, mi labio leporino y mi cuello inexistente, no por mi nombre. Yo me llamo Carlos. Carlos Vargas. Y soy misógino.



Siempre sucedía que solicitaban más a las mujeres para los empleos ofrecidos en los diarios: señorita-buena-presentación, recepcionista-estilista-cajera, señora que sepa cocinar, dependienta-niñera-publirrelacionista, secretaria, dama de compañía… Para uno sólo quedaban los empleos más bajos, los más desgastantes. Yo sabía hacer varias cosas y me las arreglé en trabajos a domicilio y como chalán en talleres y mercados. He hecho de todo un poco y en todos lados me topé con la mujer jodiéndome la vida. Me han cerrado la puerta nomás por feo; por feo y raro he sido blanco fácil de sus injurias, burlas y menosprecios. Y tal vez sea que mis ojos de pez no pueden evitar un destello mortuorio cuando las escucho parlotear, cuando los suyos me recorren de pies a cabeza con espantado asombro. Me han acusado de robo, de asedio, de que “las pongo nerviosas”. Es verdad que ser un hombre de esta fealdad aumenta considerablemente las sospechas de culpabilidad en cualquier delito. Los policías ni lo piensan y los jueces dictan condena al verte nomás. Es decir que del lado de los hombres es casi lo mismo: el escarnio, el apodo, la risita estúpida…

Me llamo Carlos Vargas y soy misántropo.



Creo que nací con buen corazón, pero la vida se encargó de hacérmelo pura hiel. Es horrible ser horrible. De nada sirven los conocimientos o la voluntad, siempre está esa reacción, ese par de segundos de silencio que bastan para sentirse humillado. Y no es que uno se acostumbre a todo sino que siempre hay manera de sacarle provecho a los defectos. Entre todas las desproporciones que forman mi estampa, cuento con un pene más bien grande. Monstruoso, dicen algunas personas. Con otro cuerpo y otra cara hubiera sido un hombre muy dichoso, pero soy como soy y es una desgracia. Funciono a la perfección, muy a pesar mío. Considero al pene como un órgano traidor… No… ¡Anarquista! Sublevado. Pero debo aceptar que no puse resistencia al ofrecimiento de grabar las primeras películas. Aún no sé cómo chingaos fueron a dar conmigo el par de productoras lesbianas aquellas (¿Quién les dijo? ¿Cómo supieron?), gringas, flacas y sin cejas, Roni y Toni, a ofrecerme cinco mil dólares por un día de filmación. El resto es historia.



Lo de Bergman Palotte se le ocurrió a alguna de ellas y yo accedí sin problemas. El nombre me pareció ridículo siempre. Pero no tanto como las películas. Yo, que tanto abomino el contacto humano, soy ahora un porno star. Uno bizarro, lo sé. Los fans se encargan de recordármelo a diario. ¡Fans! ¿Puede ser más imbécil la raza humana? Es como lo del papel sanitario perfumado. Para la mayoría vivo una vida increíble: orgías, cámaras, fiestas interminables. Pero es porque no saben cómo lo detesto. La verdad es que me siento discriminado. Pronto comenzaré a producir mis propios filmes. Puro sadismo. Voy a maltratar a cuanta perra ladre por unos cuantos dólares”.





*Esta entrevista fue realizada dos semanas antes de que el cadáver de Bergman fuera encontrado en su departamento, brutalmente asesinado. El cuerpo tenía escrito la palabra “FREAK” en el pecho, hecha con una navaja.

Texto agregado el 22-09-2008, y leído por 539 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
30-09-2008 muy bien desarrollado tu cuento y creo que soy la nº 1000 ***** teclas
24-09-2008 Le sacaste como mil millas de ventaja al otro loco. Sin embargo, son sólo opiniones tan subjetivas como sus escritos. Bien por ambos, mis votos, contigo.- luchador2008
24-09-2008 me gusta tu estilo blackshadow
24-09-2008 Bárbaro el relato... Me gusta el toque de esperpento, la grotesca transición de "patito feo" a gran chingón de la industria porno y a cadáver irreverentemente fileteado. ***** walker
24-09-2008 Buen texto. Inteligentemente planteado. El crescendo narrativo del personaje me parece más que acertado. Obrero-Del-Arte
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