Mujer saliendo del psicoanalista
Basado en el cuadro homónimo
de Remedios Varo, 1960.
Algo grave debió haber ocurrido. La mitad de su rostro triste, aún abatido, está cubierto, envuelto en verde asfixiante. Sus cabellos, como roedores del aire, buscan la calma o tal vez la tempestad que no le pertenece al cielo. Ella es un fantasma sobre el camino circular con dirección a todos los lugares del mundo; no va a ninguno. Sólo su nariz y sus ojos pueden verse señalando hacia la pared infinita que la rodea. La mirada como taladro, que intenta traspasar la gruesa piedra, como si de ello dependiera su libertad, está encerrada.
Dos puertas hay a sus espaldas, la del psicoanalista y otra que no tiene nombre, tan anónima como la mujer, tan cercana a su vida; tan vacías como el color amarillo que contrasta con el verde ausencia que la cubre.
Seguramente ella mató al psicoanalista. No era para menos. Su pequeña cabeza y su enorme barba exasperantes, sus ojos acusando y la voz rasposa, no era para menos.
¿A dónde ir? Otros ojos, en el verde doliente, quieren pasar por los de ella y ven un punto distinto, un lado contrario. De nada sirve. El tiempo no avanza, se detuvo antes que la decisión llegara, antes que el cielo se desbordara sobre aquellas paredes de naranja y piña y sobre la mujer de pasto que mira a ningún lugar.
© Gustavo Gamboa, 2002
|