Un pacto.
“Porque ese cielo azul que todos vemos,
no es cielo. Ni es azul.
¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza”¡
Lupercio Leonardo de Argensola (1559 – 1613)
Me bajé del taxi en la puerta de casa. Saqué las llaves, subí, saludé y me acosté enseguida.
No me podía dormir. Había estado con María desde muy temprano, hasta muy tarde, casi sin darme cuenta, sin proponérmelo. Conversamos tantas cosas que se me mezclaban las imágenes cuando cerraba los ojos intentando dormir.
Su mirada interrogadora, su mirada dulce, su caminar delante de mí (porque caminaba más acelerada), su sonrisa pura, insolente; su acompañamiento silencioso (y hasta sacrificado, seguramente) en una noche de fútbol ajeno, o por las calles de San Telmo; sus manos sobre la mesa, jugando con los sobrecitos de azúcar o con las galletitas de mi café. Movimientos nerviosos que yo utilizaba como excusa para detener su tarea de destrucción, no por importarme la supervivencia de los sobrecitos o las masitas, sino para rozar sus manos con las mías...
Esta es la imagen que más presente me queda. Y aún me queda, aunque es muy probable que no todo se haya sucedido cronológicamente como lo relato. Y hasta es posible que algunas cosas no hayan sucedido. El tiempo que ha pasado desde que no he vuelto a ver a María hizo que la instantánea que saqué a esos momentos se tornaran una sucesión de imágenes adaptadas a mi mala memoria, a mi conveniencia o, seguramente, a mis deseos...
Pasaste delante mío, no me di cuenta y hoy pago con mi soledad, aunque a veces acompañada, y la emoción triste y monótona de no haberlo intentado.
Te propongo un pacto: volvamos a salir esta noche... Pero cuando te diga de ir a la cancha, cambiemos por una buena cena y una necesaria caminata por las calles de Buenos Aires, que buena falta me hace. Tanto hace que no las frecuento, que se nota la ausencia.
Volvamos a sentarnos en un bar, en cualquiera. Avellaneda o San Telmo, elegilo vos si querés, no es importante el lugar. Pero eso sí, modifiquemos el contenido de la charla. Dejame decirte que lo que siento es que me gusta mucho estar con vos. Dejame que te diga que tus ojitos me un poco de miedo, porque siento que me miran al fondo y me descubren. Y además del miedo, me desafían a seguir igual, que me hace bien.
Volvamos a caminar por San Telmo, pero hagámoslo al mismo ritmo. Lento. Y si puede ser, abrazados. Hablemos de nosotros, pero desde el sentimiento, con las palabras más sencillas que encontremos para decirnos lo que tengamos ganas. No nos preocupemos por si el otro no lo interpreta como queremos. Hagamos una cosa: si no nos entendemos, nos preguntamos, dale?
Volvamos a despedirnos en la puerta de tu casa, pero esta vez que sea con un beso en los labios, aunque sea temblando, dudando, anhelando...
Y en vez de esperar que se cierre la puerta y mirarnos en silencio a través del vidrio, quedemos en volver a vernos, en llamarnos, en descubrirnos, en enamorarnos...
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