Estaba consumiéndose entre despojos de recuerdos y agonías de ambición. Se miró en el espejo y vio que tenía el pelo pegado a las mejillas. Las ojeras bajo sus ojos parecían sucias y tristes y sus labios estaban secos y agrietados. Se dio asco.
Abrió el grifo y dejó que el agua helada se escurriera entre sus manos. Le vino un recuerdo a la mente. Era un recuerdo infantil, vagamente difuminado e incluso enalzado por el paso de los años, de cuando jugaba en el surtidor que tenían en la casa del pueblo. Ella llevaba un vestido amarillo…
Se echó agua en los ojos y se sintió mejor. El recuerdo se había desvanecido.
En la habitación dormía él. Por el espejo podía ver su cuerpo desnudo sobre las blancas sábanas. Tenía la boca abierta y roncaba plácidamente. Entonces vio la botella de ginebra al lado de la cama. Vacía. La noche anterior se le apareció confusa, pero recordó que había estado bebiendo y follando con él. En su propio piso, en su propia cama. Cerró los ojos y lo sintió todavía dentro. Sintió unas enormes ganas de ser abrazada, pero no por él.
No quería despertarle. Cuánta oscuridad… El aire había muerto, olía a sexo y a suciedad. En unos segundos atravesó la habitación, abrió las puertas del balcón y dejó que el aire fresco de la mañana se llevara el recuerdo de la noche anterior. Empezaba a salir el sol. Era un sol claro y frío de mediados de noviembre. Un poco de viento movió sus cabellos, que acariciaron su cuerpo desnudo y frágil. Estaba tiritando, pero prefirió no entrar y se encendió un cigarrillo. El humo inundó su cuerpo. Notaba la boca espesa, la garganta áspera, y le dolía la cabeza. No había comido nada todavía y se sintió débil y sucia. Pero le gustaba esa sensación. Sonrió. Qué paradoja sentirse feliz en medio de aquél estado de degradación y perversidad…
Su interior rebosaba recuerdos y sensibilidad. Aún podía sentir la pasión con la que él había acariciado su cuerpo hacía tan sólo unas horas. Cerró los ojos y pudo oler su piel, su calor, su sexo… se incorporó y lo vio, tumbado todavía en la cama, completamente desnudo. Entonces se dio cuenta de que esa imagen se aparecía, ante sus ojos, como un retorno al estado puro, sobretodo como la más sublime muestra de complicidad.
Se acercó a la cama y le besó los ojos cerrados.
Dios santo, cuánto le quería…
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