Podría apoyar mi cabeza en mis brazos y sentir como lentamente la sangre deja de transitar por sus canales y poco a poco se coagula en mi interior, para quedar rígida con la vista al cielo, pero sin ver.


Podría caminar lentamente por la playa y sentir como el agua sube por mi cuerpo, como las lágrimas se fusionan con el líquido salado del mar hasta que me supere su nivel y regresar ya no sea una opción.


Podría en un ataque de emoción golpear el reflejo que me da ese espejo y que no me complace del todo, talvez matizado de rojo cambie de opinión.

Podría quitarme estos tenis desaliñados que parecen extensión corporal y aventarlos al río, para sentir las ramas y espinas que la naturaleza me ha regalado y tanto me negué a recibir.


Podría aferrarme a tu recuerdo apretando mis puños firmemente y deseando que en el líquido rojo que provocaron mis uñas saliera también tu imagen, mis frustraciones, mis deseos.


Podría gritarle al eco de mis visiones hasta que me rompa el tímpano la onda que rebotó… hasta que el último grito rasposo destruya las cuerdas vocales y la desesperación de mi mutismo haga que entierre mis uñas en mis mejillas, en mis párpados y arranque los labios.


Podría saborear el festín que me he servido en este plato de vida; vidrios rotos provenientes de mi colección de botellas de alcohol vacías, navajas que he sacado de su escondite de óxido, clavos, píldoras y un limón; todo degustarlo lentamente en su proceso, mientras rozan mi mejillas, cuando bajen por la garganta y poco a poco la abran, cuando en el estómago manden señales difusas a los ácidos.


Podría solamente cerrar los ojos y dejar que mis pensamientos se dibujaran delante de mí con la velocidad que quisieran... Finalmente no tengo prisa, sé esperar…


Ó puedo seguir mirando a todos a los ojos, cambiando constantemente de máscaras, rescatando las más normales del armario y dejando empolvar las ideas en un rincón para seguir en un parámetro (o en su extremo) de la normalidad.