estoy aburrida hasta el hartazgo de ver a esas mujeres tristes, con sus bocas dolorosas pariendo soledad, calzándose el silencio sobre sus cuerpos adheridos al olvido.
me cansa saberlas, que sonrían con la pena disimulada entre troncos rítmicos, como si así el sonido hiciera un hueco entre los espacios blancos.
mujeres desveladas, mujeres, entregadas al ramo de flores podridas, al despliegue de la secuencia inconmensurable, dejando en evidencia la más absurda de sus carencias.
ellas, las afligidas hasta la médula por causas desvanecidas en las palabras que hoy habitan, siempre, en el querer huír como si eso las salvara del pasado que las mira atento buscando sangre, como tiburón. las mira desde atrás esperando para hincarle el diente a la piel dormida.
me hastían tanto, ellas, proclamando sus desgarros como con la puerta abierta sin el menor pudor. ellas que arrastradas las envuelven las ausencias, la tragedia de que aún les palpite el corazón y el arrepentimiento que tal vez algún día les sirva como resiliencia.

qué humanidad más ínfima, ésas, las mujeres tristes.