Mauro, cartero fiel.

Antes de salir de su trabajo, Mauro fue enterado por otro cartero, que el juez civil de su ciudad tenía un lío de faldas con una joven, nueva en el pueblo. Rápido ideó su plan y tomo un papel y escribió:

“Lo sé todo. Eres un infeliz. Te he llamado y te niegas. Te aborrezco, puto de mierda. Bastardo pervertido. Aléjate de mi vida para siempre” Tamara

Lo dobló, lo introdujo en un sobre. Salió y lo depositó en el buzón de la oficina del juez Bermejo, llamó a la puerta y se retiró de inmediato.

El juez lo abrió y leyó. Bajó la cabeza. Se mordió su labio inferior y preocupado por lo leído, llamó a Tamara.

-Hola amor. Necesito hablarte, para que comprendas. Perdóname… y déjame explicarte lo sucedido con…esa chica. No me explico que te han dicho. Es cierto, pero fue un ardid que me han montado…

Tamara, sin saber lo que le confesaba, lo dejó continuar. Una vez que tuvo clara la confesión le gritó:

-Bien te lo dije, que no te perdonaría otra infidelidad. Eres un promiscuo. No me llames nunca más.

Y cortó la llamada.

Pero Mauro, en cambio, siempre perdonaba las infidelidades. Y como cartero nunca disfrutó tanto la entrega inmediata de una carta.

Esa noche Mauro le contaba a Tamara anécdotas de su trabajo, especialmente como logró evitar problemas pasionales de algunos amigos con el desarrollo de su habilidad de imitación caligráfica extraordinaria. Le decía con pasión cuanto la amaba y lo feliz que era desde el día que el juez Bermejo los unió en matrimonio.