EL TREN DEL DESTINO
Aquel día fue tan impredecible como siempre. Apareció con un escotado vestido de color rojo, que por lo ajustado del mismo, dejaba entrever sus encantos como no lo había hecho nunca.
Su piel, tersa y limpia, veía pasar el tiempo de puntillas, y sus cabellos dorados reflejaban la intensa luz del atardecer de forma casi hipnótica.
Los pasajeros se agolpaban en las puertas de los vagones, y deambulaban de un sitio a otro, sin ningún rumbo aparente, cruzándose entre mis ojos y ella. Casi de forma intermitente veía brillar sus ojos entre un amasijo de cuerpos y maletas en busca de un destino.
La estación parecía aquel día mas concurrida que nunca. El comienzo del invierno traía consigo la vuelta a la rutina, y eso significaba un buen movimiento de viajeros de un estado a otro.
El vapor de las calderas mecía nuestros pasos hacia el encuentro esperado. El lazo imaginario que nos unía acortaba distancias entre la muchedumbre, acelerando mis pulsaciones de forma vertiginosa.
El tiempo pareció detenerse por unos instantes tras el zumbido del ultimo silbato que indicaba el ultimo aviso para subir al tren; provocando una estampida hacia los vagones de los rezagados viajeros que aun compraban sus billetes y arrastraban sus maletas con dificultades.
La mujer de rojo corto el lazo, desconectó su penetrante mirada de mis cansados ojos, y con un elegante giro se incorporo en uno de los vagones ya en marcha sin volver su mirada.
Hice un gesto mentalmente, intentando incorporarme pero ya era demasiado tarde. El tren partía hacia su destino, dejándome en tierra de nuevo, sin darme opciones a formar parte de el.
El tiempo pareció volver a su ritmo normal, el ruido de la estación se acrecentó en mis oídos junto al tintineo de los últimos alientos de vida del vagón trasero.
Nunca me gusto el rojo.
Parece que Cupido tenia cosas mejores que hacer, así que le pedí la cuenta y deshice mis pasos hacia el principio de todo. Las orillas de la ciudad.
Era allí donde nacían los amaneceres, y donde morían mis penas. El único lugar que regalaba luz al alma entre las nubes alquitranadas por la proximidad al viejo polígono industrial.
La soledad se refugiaba en aquel lugar como lo hacían las sombras de aquellos majestuosos árboles bajos sus frondosas copas.
Un lugar para el pensamiento, de relajación, tan apartados y tan cerca a la vez del mundanal ruido como un grieta en medio del abismo.
Los residuos se acumulaban en las orillas del sucio riachuelo que separaba una orilla de la otra. Cúmulos de líquidos extraños surcaban las aguas como peces sin vida.
Camine junto a la orilla en línea recta, con el vago pensamiento de que me podría llevar algún sitio, lejos de allí.
La estación de tren se encontraba muy cerca, y sus vías cortaban la línea del riachuelo que guiaba mis pasos hacia la nada. El tiempo pareció volver a detenerse. Me detuve en seco entre las oxidadas vías. Cerré los ojos.
El mundo pareció vibrar súbitamente, y todo calló.
El lejano sonido de sus sonrisas rompió el silencio.
Abrí los ojos, y allí estaba ella, esperando como cada tarde entre las sombras de los majestuosos árboles que custodiaban nuestra orilla.
El humo de las fabricas había desaparecido, las nubes se tornaban en tonalidades de azules, reflejando la luz de sus ojos.
Las aguas del riachuelo corrían veloces y cristalinas, acariciando la frondosa vegetación que cubría sus márgenes.
La eternidad de los días nos cubrió con su manto de estrellas ....
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