Tres días en la vida de Juan Pablo.
En ocasiones ocurren ciertas cosas inesperadas, casi increibles. Hay en la vida y en el mundo algunas situaciones que jamas podran explicarse, pero que tienen tanto valor como el hecho mas palpable puede tener.
A las cinco menos cuarto de la mañana Juan Pablo se levantaba para vestirse con el mismo traje azul. Tomaría el mismo desabrido desayuno y saldría a buscar el autobús que lo llevaría al mismo trabajo, con la misma supervisora , con el mismo jefe, y para no alterar el orden universal, con el mismo conserje.
Alguna vez alguien le habló de lo aburrido que era el trabajo de oficina, pero Juan Pablo no le creyó. Aunque quisiera haberlo hecho, cosa que desafortunadamente ya no servia de nada. De cualquier manera, la oficina era el único sitio que le proporcionaba el dinero suficiente para alimentar a su hija, y así mismo. Porque, a sus veinticuatro años Juan Pablo se había convertido en uno de los viudos mas jóvenes y por consiguiente, mas tristes de la ciudad. Ángela, su pequeña hija de tan solo cuatro años era el perfecto refugio y la única fuente de ilusión en la vida de Juan Pablo. Desde que su esposa había muerto, Dios se había vuelto un adversario para él.
Cualquiera que conociera su historia a fondo se habría convertido en su amigo, tal vez por compasión; sin embargo, detrás de toda aquélla amargura que cada mañana lucía el traje azul se encontraba un sencillo joven que tenía un pasado muy triste y una responsabilidad muy grande
Al llegar a la oficina aquella mañana de noviembre, Juan Pablo fue directamente a la cafetera de a la cual todos los empleados acudían para sanar un poco el frío. Le bastaban dos tazas de café sin azúcar para sentirse completamente despierto. Seguramente tenia un sinnúmero de archivos que, sobre su escritorio esperaban para ser redactados. Juan Pablo sonrío a Miriam, la alta y algo ancha supervisora quien le devolvió el saludo con una hostil mirada de reproche por sus cinco minutos de tardanza.
Salvador, el bromista de la oficina, se acercó a él para contarle algunos chismes que tenían que ver con el supervisor del área técnica. Juan Pablo asintió sin muchas ganas. No le interesaba si el supervisor tenia un hijo algo desviado y mucho menos si aquel era el motivo de su divorcio.
-Deberías de quitar ese aspecto de una buena vez. Solo tienes veinticuatro años...¡Eres demasiado joven!- Le decía Salvador cada mañana. Esté conocía muy bien la desgracia de su amigo, pero le era muy difícil tener la tolerancia suficiente para tratar con él.
-Salvador, lo que necesito es que me dejes en paz.- Y era otro intento fallido por tratar de alegrar a Juan Pablo.
No obstante, las mentes Juan Pablo y de Salvador no sospechaban que ese día, ese jueves sería muy diferente al resto del tiempo que tenían trabajando en aquella oficina llena de estantes, computadoras y escritorios.
Los cansados ojos grises de Juan Pablo recorrían el lugar. Era lo mismo de siempre, Tres secretarias extremadamente delgadas se mostraban las manos, probablemente presumiendo un arreglo de uñas en el que habían gastado todo su salario. De igual forma la muy bonita hija del jefe utilizaba la empresa como su agencia de acompañantes. Al mismo tiempo que dos técnicos reparaban la misma computadora desde hace mas de ocho meses, a la cual quizás solo le faltaba una eliminación de archivos innecesarios. Al mirar hacia la puerta Juan Pablo se sintió un poco en el pasado. La mujer que estaba en la entrada, vestida con una falda gris que no combinaba con el saco, le era tremendamente familiar. Guiado por algún imán invisible Juan Pablo se acerco a ella.
-¿Dime?- Dijo la desconocida la verse sujeta por aquel extraño de rostro ojeroso y pálido.
Juan Pablo no dijo una palabra.
-¿Te conozco?- Volvió a preguntar ella.
-No- Juan Pablo no se lo explicaba, se veía bastante desabrida. Probablemente rara y sin ninguna gracia. Pero, ¿entonces porque...?
-Disculpa...si no te importa, es mi primer día de trabajo y tengo mas de 15 minutos de retraso- Se alejo sin decir una palabra mas.
El resto del día Juan Pablo parecía mas hostil de lo que normalmente era. La presencia de la nueva empelada le pasaba desapercibida la mayoría del tiempo. Pero había algo muy extraño en ella.
Al llegar a casa Pablo se sentó a ver la televisión acompañando a su hija. Siempre con esa mirada de tristeza y desconsuelo que lo inundaba desde la muerte de su esposa.
Era muy duro llevar una vida como aquella. Quería mucho a su hija y frente a ella nunca había derramado una sola lagrima. Disfrutaba estar con ella. Jugaban toda la tarde. Dos días por semana él comenzaba a enseñarle a cantar y a leer libros sin dibujos. Varias veces jugaba emocionado a las fiestas de té que la niña hacia con sus muñecas.
-La señora Salas vino a nuestra fiesta..-Decía la niña a sus muñecas.
-¡Hola!- Decía Juan Pablo vestido con unos moños color de rosa-...¡El pastel es delicioso!...¿Usted lo preparo?-el era la señora Salas.
-Si, yo lo hice de fresa- Constaba Ángela señalándose a si misma con el pulgar.
-¡No señora!- Respondió Juan Pablo tocándose el estomago- ¡Las fresas me hacen daño!- Dicho esto se dejo caer al suelo. Ángela se lanzaba sobre el despeinándose y despeinándolo a él. El juego terminaba cuando Ángela se quedaba dormida...
-Eres...igual a ella.- Le decía Pablo mirando sus párpados cerrados. Con ese gesto que solo se ve en la cara de un niño.
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A la mañana siguiente Pablo noto el rostro de su hija un poco mas agotado. Culpó al frío y se apresuro al bañarse. Después de dejarla en la "escuelita", como ella la llamaba, se dirigió a su tedioso trabajo. De repente recordó que había una persona en la oficina que lo intrigaba un poco. Sin embargo no sabía nada acerca de ella. Ni siquiera su nombre. Tal vez debería averiguarlo.
Solo averiguarlo, sin ningún motivo en especial.
Eso pensaba al cruzar el extenso estacionamiento cuando vio a Salvador llegar con la hija del jefe. Está le dirigió una mirada despectiva cosa que al él no le importó en lo mas mínimo.
Iba tan concentrado en sus propios pensamientos que no se dio cuenta al pasar por la puerta central le derramo el café caliente a su querida supervisora.
-¿Miriam?..¡Lo siento!- Miriam lo asesinó con los ojos y salió directo al baño pues el liquido le estaba quemando los brazos. Juan Pablo se quedo parado en recepción como un tonto. La risa disimulada de la desconocida del día anterior lo hicieron sentir peor.
Juan Pablo trató de evitar las miradas de burla y complicidad de los demás, pues Miriam no era una de las personas mas queridas.
-Eso fue bastante bueno para empezar el día...- Le dijo Salvador
-No fue intencional.- Respondió lo suficientemente alto como para que lo escucharan todos.
-De cualquier manera, me pareció excelente...¿Viste la cara de Miriam?..Creo que ese vestido verde era su adoración....- Pero Juan Pablo ya no lo escuchaba.
La desconocida tenia ojos ambarinos y algo marrones. Le recordaban a la pequeña Ángela.
-Salvador...¿sabes el nombre de esa muchacha que esta frente a la puerta de Administración?.- Salvador volteo discretamente. Gesticuló de una forma rara.
-No. Ni idea.
-Yo si lo sé- Dijo Rosa Josefina, una secretaria larguirucha que siempre escuchaba atenta las conversaciones, sobre todo cuando no le concernían en lo absoluto.
-¿Saber que?- Terció Salvador tratando de que la platica quedara entre Juan Pablo y él.
-El nombre de la chica de azul.
-¿Cómo se llama?- Preguntó Juan Pablo. A él no le importaban mucho las habladurías que Rosa Josefina comentaría de él.
-Se llama Lisa.
-Un nombre muy plano...¿No te parece?- Murmuró Salvador haciendo sus chistes de costumbre.
-En fin...- Rosa Josefina ignoró al alegre. Parecía ansiosa de contar lo que sabía- Lisa esta aquí porque necesitaba este trabajo. Me dijeron que su currículo esta muy raro. Pero aun así se las arreglo para que la contrataran en el acto.
-¿Por qué te interesa?- Pregunto Salvador a su amigo. Juan Pablo miró a Lisa y después a la secretaria indiscreta. Salvador no necesitó ninguna otra señal.
-Tal vez será mejor que me lo digas después- Se alejo lentamente hacia la hija del jefe. Rosa Josefina palmeo la mano de Juan Pablo como si fuera la cabeza de un perro.
-No es muy bonita, pero... tal vez deberías salir con ella.- A Juan Pablo aquella sugerencia se le antojo algo ridícula. Pero no la descarto del todo.
Juan Pablo paso la mitad del día pensando en las facturas que se deberían haber enviado al Departamento de Comunicaciones.
-Disculpa..-Era la segunda vez que escuchaba esa palabra de aquella voz.
-Hola...soy Juan...Pablo.- Dijo su nombre con premura aunque ella no se lo había preguntado siquiera.
-Si- Lisa emitió una risita apenas audible. Ese pequeño gesto le pareció a Pablo sumamente familiar- Lo sé. Solo quería saber si te gustaría comer conmigo.
-No-
-¿No?...¿solo eso?, ¿no me darás ninguna excusa?- Lisa parecía sorprendida
-Si..-Pablo estaba algo trabado- Es decir...no es una excusa. Veras, tengo que comer con mi hija.
-Perfecto.- Festejó Lisa sonriendo. Juan Pablo se preguntaba que tenia aquello de perfecto. Estaba apunto de preguntarlo, pero Lisa lo interrumpió.
-Comeremos los tres. Nos veremos a las tres aquí mismo....-Se alejo riendo- Los tres a las tres que gracioso...
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A las diez de la noche Pablo aun se cuestionaba el hecho de que él y su pequeña Ángela hubieran ido a comer con una desconocida. La cual por cierto se encontraba en su propia casa dibujando peces con la niña.
Pero lo mas increíble era que se sentía mucho mejor que días antes. Lisa lo hacia sentir muy cómodo. Y no solo a él. Al parecer Ángela le había prestado sus lápices de colores, lo cual era una clara muestra de simpatía tratándose de una niña.
Juan Pablo no podía dejar de notar un parecido entre Lisa y Ángela.
Repentinamente Juan Pablo se dio cuenta que una manga del suéter de Ángela tenia una enorme mancha roja. Asustado tomó a la niña rápidamente, quien estaba mucho mas pálida de lo que había estado la mañana de aquel mismo día. Al levantarle el suéter Juan Pablo se dio cuenta que su hija estaba sangrando. Por lo visto ya llevaba varias horas. ¿Cómo era posible que no se hubiera percatado antes?.
En poco tiempo se vio a si mismo llegar al hospital con la niña en brazos.
-Una hemorragia. La herida no puede cicatrizar por falta de plaquetas. Necesito un donador- Explico el doctor mirando a Juan Pablo con expresión triste y preocupada.
-¿No tienen un banco de sangre?. ¡Eso agilizaría las cosas!- Juan Pablo estaba nervioso y totalmente molesto.
-Es un tipo de sangre muy raro.- Dijo el doctor mostrándole a Pablo unas hojas blancas.- Si pudiera venir la madre de la niña...
-Su madre murió.-
Pablo miro Lisa y al doctor. Dijo unas palabras a ella y después salió. Necesitaba un donador, tal vez Salvador, o la hija del jefe o quizá Rosa Josefina...alguien tenia que ayudarlo.
No supo cuanto tiempo estuvo manejando. Ni tampoco cuantas veces intento llamar al hospital con su inservible teléfono celular.
La cara de Salvador le brindó consuelo y aceptó acompañarlo.
Aunque la sangre de Salvador no serviría para nada, lo ayudaría a buscar a alguien mas.
Desgraciadamente nadie lo hizo. NI la familia de Salvador ni sus amigos tenían sangre que pudiera ser útil. Aquello era un martirio.
Pero él tenia que regresar al hospital. No podía estar separado de su niña. Así, pidió a Salvador que continuara buscando donadores. Diciéndole que empleara cualquier medio posible, bajó del auto y se encamino a la sala de emergencias.
Lo recibió el doctor con el que había hablado minutos antes.
-Era muy difícil encontrar el tipo de sangre de su hija.- Salvador temía que hubiera pasado lo peor. E l medico hizo una pausa antes de hablar y comenzar a guiar a Juan Pablo por un pasillo- Usted tardó demasiado. Pero le encontramos un donador.
Juan Pablo no supo que responder. Se limito a asentir pidiendo ver a su hija.
El doctor lo hizo entrar en el cuarto.
Ahí estaba. Ángela un poco débil, dormida. Mas sin embargo ya se encontraba bien. Era perfecto. Todo se había iluminado en los últimos cinco minutos. El doctor salió tan en silencio que Pablo ni siquiera noto su ausencia. Estaba bien, ya no había nada de que preocuparse. El ahora serenado padre lloró sin reserva. Sabia que lloraría toda la noche. Tal vez incluso toda la mañana. Necesitaba sacar todas las lagrimas de la zozobra que había vivido aquella noche.
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Despertó en medio de ruidos de altavoces que nombraban a médicos y enfermeras. Eran casi las siete de la mañana. Salió del cuarto cuidándose en no despertar a su hija. Llegó a la capilla tranquilo y comenzó a rezar sin ninguna prisa. Tenía que hablar con Dios. Tenía que agradecerle el hecho de que Ángela estuviera aun ahí, con él, que en unos días estaría lista para volver a jugar al té y a algunas otras cosas.
Pero se había olvidado de algo.¿Quién lo había ayudado?. Se levanto y casi corriendo fue con el medico. Se sentía estúpido y malagradecido. La noche anterior estaba tan emocionado y a la vez tan cansado que no pudo pensar en nadie mas que en Ángela. Ahora se le ocurrían un par de posibilidades pero no se atrevió a creer ninguna.
Cuando el doctor le anuncio el nombre de la persona que había donado sangre para la niña, Juan pablo no se sorprendió en lo absoluto. Mas sin embargo le sorprendió el hecho de no ver a esa persona.
En fin ya la vería después y le agradecería con creces su apoyo. Al menos eso creía.
Aquella tarde visitó a su esposa. Platicó abiertamente con aquella blanca tumba. Lloró un par de lagrimas y se fue. Por fin se había reconciliado con Dios
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25 años después estaba de nuevo ahí hablándole a la tumba acerca de la boda de Ángela.
-Ella vive gracias a ti....¿Crees que seria tan tonto?, ¿Qué no lo notaría?. ¿Es que no me conoces...?. Gracias por salvar la vida de Ángela. Nadie mas lo sabe. Solo yo sé que detrás de Lisa estabas tu.-
Y así Juan Pablo salió del cementerio con la sensación que solo se vive cuando te has despedido de alguien y te has olvidado de que se ha ido, pero no por que lo hayas dejado pasar, sino porque crees que sigue ahí.
FIN
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