Luego de escucharle y ya lejos en el tiempo, y ahora que no le puedo ver pues ya no está mas entre los vivos, debo decir que fue un ganador siempre, un ser humano nacido para triunfar y vaya si no lo hizo. Ministro de un país. Padre de familia. Hombre importante de negocios. Hombre fiel a sus convicciones. Un ganador...
Muchas veces recuerdo nuestras peleas que nunca fueron mas que escupitajos y puñetes y patadas de chico, y que mas tarde fueron palabras y palabras densas y silencios largos y largos que hacían y calaban hondo en el verdadero dolor que no era otra cosa que amor, verdadero amor...
Siempre me admiré de aquella confianza para conmigo. El de contarme cosas como que era hijo del Director que, luego de cierto tiempo, supe era verdad. Y, lo mas extraño, que yo era el único alumno que lo sabía. Extraño que con el tiempo supe que Pantaleón era mi amigo, y de verdad...
Recuerdo aquella vez en que entró uno de los tantos profesores al salón de clase, y siempre que lo hacía contaba esos chistes ordinarios que embarraban todo lo bueno que uno podía aprender, retener, y, olvidar... Una vez terminado la clase pasó hacia cada uno de nosotros con un libro especial que no era otra cosa que una alcancia. Pantaleón me dijo que no le diera nada, pero cuando llegó hacia mí, le di todo lo que tenía, no sé si fue por miedo o por la inercia de todos. Sólo él no lo hizo. No, dijo. El profesor dejó de sonreír y de hablar y de mover aquel libro especial lleno de monedas. Volvió a su mesa y se sentó a mirar sus apuntes... Luego dijo: pueden retirarse. Todos nos paramos menos Pantaleón que con una sonrisa salió del salón casi paseándose al lado del profesor. Este miraba siempre sus apuntes y luego, sin mirar nada, salió solo... Yo estaba afuera, mirando la escena. Al poco rato vi a Pantaleón con aquel libro lleno de monedas. Nunca mas volví a ver a aquel profesor, pero siempre jugábamos con aquella especial alcancía que luego de cierto tiempo fue un amuleto de mi amigo, sí, eso fue lo que pasó.
El tiempo siguió su camino y con él, muchos de nosotros partimos como las ramas de un árbol gigantesco, sin saber hacia donde llegaríamos. De todos los chicos de aquella clase, sólo mi amigo consiguió su destino, y su final...
Recuerdo su llamado luego de tantos años. Nos miramos, ya bastante mayores, abuelos, viudos, solitarios pero con un sentimiento que no envejecía, aquella amistad simbolizada en ese libro alcancía. Hablamos de muchas cosas, menos de nuestras vidas. Nunca conseguí lo que anhelaba, pero, lo que tenía era mas que suficiente. Tuve un gran amigo que, con aquella enfermedad se fue para siempre de mi vida y de la vida de aquellos que le amamos y respetamos.
Aquel entierro fue especial. Muchos niños y pocas personas, a pesar de haber sido un gran personaje. Solo yo y la familia que no era muy numerosa. Todos me miraban y seguramente se preguntaban de dónde le conocía a su padre... Cuando se acercaron a mí, les dije que nada, que sólo le conocí hacía poco tiempo. Todos se miraron y miraron luego a este cuerpo lleno de arrugas y trapos gastados pero limpios...Cuando le vi el rostro la última vez me dijo algo que nunca pude entender. Dijo:
"No temas jamás ser lo que eres... Un pobre diablo, pero, eso es lo que eres..."
Asentí y salí del hospital. Al día siguiente ya no estaba mas. Me dio como cosquillas en las manos. Me di la vuelta y regresé a mi casa... La soledad me esperaba y tenía tantos rostros, tantos sentimientos, tantas verdades que me sentí muy afortunado de saber lo que estaba frente a mi vida... Sí, eso fue lo que sentí.
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