EL humo despedido de su boca comenzaba a inundar el papel que se extendía como una sábana sobre toda la mesa. Absorto en su imaginación, Osvaldo Soriano pensaba que aquel nocivo humo gris que se colaba entre los renglones y espacios de su letra, retrataba a la perfección la mente de los personajes que acababa de inventar.
Mentes, que como el humo, oscilaban confusas de un lado hacia otro. Con ideologías cegadas por sus propias realidades, por sus propias expectativas.
La tinta húmeda de aquellos papeles amontonados sobre la mesa, permitía viajar a un microcosmos de la sociedad argentina de aquel 1973. Un momento, como tantos otros, de inestabilidad política para el país; donde todas las miradas recaían en un solo hombre. Una figura que inspiraba esperanzas para algunos y desdichas para otros. Una persona que representaba ideales e ilusiones muy diferentes.
Casi invisible por ese humo gris que caía desde el cielo, la escena en Colonia Vela no necesitaba ser explicada con palabras. Edificios destruidos, muertos en las calles, olor a mierda y a sangre.
En la escuela del pueblo, devastada por una bomba, se encontraba el cuerpo sin vida de Ignacio Fuentes; un peronista de Perón. En él se acumulaba un resumen violento de los sucesos de aquel día en Colonia Vela. Un enfrentamiento entre peronistas y peronistas, que por medio de la lucha y la resistencia, pretendieron demostrar fidelidad a su líder. Una fidelidad basada en convicciones tan fuertes que hasta justificaba la muerte de los que la enfrentaran. Una fidelidad que se resumía en la frase tantas veces proclamada: “Perón o muerte”.
Don Ignacio Fuentes, se convierte así, en una síntesis de la confusión generalizada que se extendía, como el humo, sobre aquel ficticio pueblito argentino. Pues, al fin y al cabo, los que se enfrentaban armados y vestidos con la pura violencia, eran grupos desprendidos del mismo tronco político. Peronistas revolucionarios de izquierda, compuestos por la organización guerrillera Montoneros y de la Juventud Peronista, y por otro lado, los integrantes del peronismo de derecha.
Fuentes, Mateo, Suprino, Juan, el oficial Rossi, García, Guglielmini, Cervino. En cada uno de esos personajes se acumulaban aquellas ilusiones, esperanzas e ideales que traía aparejado el contexto político del país. Personajes disparejos en los que se amontonan características tan particulares como las son las del pueblo argentino. Convertidos en personajes contradictorios y a la vez, paradigmáticos de esa turbulenta década del 70.
Bajo ese humo gris que brotaba de sus labios y a través de diálogos perspicaces que contribuían a una suerte de acción cinematográfica y a la aproximación realista deformada por el humor negro, el escritor se inclinaba y observaba su reciente creación.
Como un monstruo de la verdad y la realidad, No habrá más penas ni olvidos, dibujó a la perfección parte de la historia argentina. Con el tratamiento de temas filosos como el fanatismo político, como los enfrentamientos ideológicos, como el valor de la vida. Aristas que rozan su decadencia, sus esperanzas, sus triunfos y sus rotundos fracasos.
Esa pequeña porción de historia se conforma como una pieza más del inmenso rompecabezas que aún se está construyendo.
Osvaldo Soriano, con su interminable cigarrillo en la boca, aun observaba su creación. Sus ojos estaban irritados por ese humo invasor e insistente. En su cara se dibujaba lentamente una sonrisa, y en su interior se aglomeraban tristezas, sueños, odios y felicidades que sus personajes le habían dejado como legado. Pues Colonia Vela era una ficción, si, pero Fuentes; Juan; Cervino; Rossi; Gugliemini y todos los demás, eran reales. Eran paradigmas de los argentinos. Sus esencias, existían, y a pesar de la muerte, en su tinta estaban vivos.
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