¿Será que de verdad se te olvido que te amaba, que me amabas? Era el dolor o la carcajada sobre la piel electrificando cada célula... la habitación. La habitación era guarida para ese acto casi beatificado de hacer cuando se ama, ese hacer que eleva la sangre al borde liso de una taza de café que se queda servida.
Advierto tu nombre rozando mis labios, tibio, cálido, hirviendo de distancia, con enojo y esa rabia que aparece en mí cuando desaparece tu calma. Ahora estar entre tus brazos se siente como silencio que circunda espacios. ¿Olvido o solo el sonido de los muros cuando crecen? Los clavos en los zapatos parecen hacerse flexibles.
¿Cómo es posible que tu voz aún haga temblar mis piernas, cómo es posible que tú con esas gotas de memoria que caducan creas que aún sufres la inquietud de perder mi atención? Tú ahí y yo aquí con las risas construidas sobre otras risas.
Aprenderemos a conservar lo importante, con esa desesperada cantaleta del acierto y el error. Alimentaremos la hora del hambre con el inocuo eclipse de días que parecían perpetuarse en la memoria. Ya sin ese parasitario freno que se volvía la mirada sobre mi hombro, seguiré saltando.... ya sabes, hacia el vacio para ver que nuevas figuras me describe.
Tú, hoy, eres de lo importante en mi vida, aunque los hongos dejen de nacer en verano, los espejos se rompan y aunque la distancia decida instalarse entre tus ojos y mis manos, o mi fantasma ya no ronde por la casa de los búhos y el gato. Muérdeme, pero esta vez con ambos colmillos, siempre me gustaron las marcas que tu boca dejaba, solo visibles cuando te pensaba con ese líquido boreal que escurría de mis ojos.
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