UPPERCUT
Se levantó a las nueve como todos los sábados. A las once tenía partido de tenis en el club, miró por la ventana, la camioneta ya no estaba.
Buscó la ropa de tenis en su vestidor. Estaba bien planchada y prolijamente doblada en su estante correspondiente. Se vistió. Se ató las zapatillas más fuerte que habitualmente. Por qué Marcela se habrá ido tan temprano si la gestoría abre a las diez. Bajó a desayunar.
Sobre la mesa, el individual, la taza blanca, el termo con café, la azucarera, las tostadas en la panera, el queso blanco, la miel que comía todas las mañanas.
Con la mano apoyada sobre las tostadas todavía tibias, calculó que Marcela se había ido hacía unos quince minutos. Que lástima no haberla oído. Hojeó el diario sin prestarle atención. Miró el reloj. Las diez menos cuarto. La llamó al celular, estaba apagado.
Llegó tarde al club, su compañero de dobles se lo reprochó. Qué necesidad tenía Marcela de trabajar los sábados. En realidad, qué necesidad tenía de trabajar. Si él ganaba lo necesario para vivir más que bien, ambos. Erró demasiadas pelotas, su compañero pidió para cambiar las parejas. Empezaron otro set.
El entendía que esa gestoría trabajaba más los fines de semana por estar en el country pero para qué deslomarse… Sonó un teléfono en medio de un tanto. Era su celular, corrió a atender, no era Marcela. Iba a volver a la cancha pero decidió chequear los mensajes. Su compañero de juego, fastidiado se puso a practicar saques. Jugando, perdió dos saques seguidos y luego el set, cosa de nunca. Dijo a su compañero que tenía problemas con algunos empleados en la empresa. Se nota, le contestó éste con mal humor.
No se quedó a tomar una cerveza con los demás, luego del partido. Marcela tenía la propiedad de arruinarle los partidos.
Volvió conduciendo rápido. Entró a la casa. Fue a la cocina. Se sirvió agua mineral... Dos vasos. Los bebió sin respirar. Volvió a llamar a Marcela. Su celular seguía apagado. Llamó a Carla, la escribana de la Gestoría, “Marcela salió a escriturar una casa con un cliente”. Marcela en un auto de otro hombre. ”Le digo que llamaste”. Se duchó. Desnudo, salió y envió mensaje de texto con una sola palabra: “llámame”.
Abrió la puerta del vestidor de Marcela. No entró. Prendió el TV. Hizo zapping. Lo Apagó. Bajó. Regó las plantas. Limpió la pileta. A las cinco tendrá que estar de vuelta. Cinco y diez volvió a llamarla. Su celular seguía apagado. Esta vez no dejo mensaje. Subió al cuarto. Otra vez encendió el televisor. Miró una película empezada. Ya la había visto. Se metió en el vestidor. Recorrió la ropa de Marcela, percha a percha. La acarició, olió, suspiró. Jugó a adivinar que ropa tendría puesta su mujer.
Faltaban los zapatos negros de taco que le había regalado para su aniversario. Demasiado arreglados para ir a trabajar. Y la camisa de lienzo blanca que le dejaba traslucir el corpiño. No podía haberse puesto esa. Revisó de nuevo. Corrió las perchas con violencia. Algunas prendas se deslizaron hacia el piso. Las pisó y siguió buscando la camisa de lienzo blanca. No la encontró. En el último estante, cerca de la ventana, el celular de Marcela se cargaba en un enchufe.
Bajo a hacerse un café. Doble, muy cargado. Lo llenó de azúcar. Intomable. Se enfrió en la taza. No se puede haber puesto esa camisa y esos zapatos para trabajar. Llamó a la inmobiliaria. Cortó. No vaya a ser que lo tomen por pelotudo. Sonó el TE, corrió a atender. Equivocado. Por qué no se fijan donde meten los dedos al marcar. Cortó y subió otra vez. Entró al vestidor, tomó el celular de Marcela. Lo encendió. Revisó llamadas entrantes. Había un número desconocido. Lo marcó. “Cine Atlas, buenas tardes…”Cortó.
Salió a dar vueltas con el auto. Casi choca con un conocido en una esquina. Las siete, entró a la casa... Se fue al bar., se sirvió un wiski ¿Y si fue al cine con alguien? Primero al cine… ¿y después?
Volvió a entrar. Revisó las llamadas entrantes del celular de Marcela. No había o las había borrado… ¿por qué las borro? Se sirvió otro wiski, salió al jardín, se sentó en una reposera, lo bajó de un trago. Fue a buscar la botella, quedaba para cuatro whiskis o cinco. Ni siquiera le importa como estoy, pensó. Qué le cuesta ir a una cabina pública si se olvidó el celular. ¿Con quien estará? Entro a la casa a buscar otra botella. Le costo abrirla.
Subió de nuevo al cuarto. Entro al vestidor. Se sentó en el piso. Miro sus ropas. Por qué me hace esto, yo no me lo merezco. Tomó varias perchas, las estampó contra la pared. Lloró aferrado a un vestido, se secó la cara con el mismo vestido. Dio una patada a la puerta del vestidor. Quedó arrancada. Salió al jardín. Ruido de motor. La puerta.
Marcela apurada por el camino de quebracho. Linda. Despeinada. Tostada. Por qué está despeinada. Ella le sonrió. Le dijo hola, se me hizo tarde y me había olvidado el celular.
Fui al cine con Carla, te lo había dicho.
Primero el cine. ¿Y después??…
Que día de locos, querido. Un lío, todo... Avanzó hacia ella. Linda, bronceada, despeinada.
¿Y después?
Ella amagó darle un beso en la mejilla. Un instante antes de hacerlo, él, con el puño cerrado, le acertó un golpe en la mandíbula.
De abajo hacia arriba
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