Como era costumbre hicimos la reunión en la casa de nuestros amigos, los que viven en el norte, en la zona comercial cerca de la plaza grande. Esa noche nos reunimos para despedirnos de una de las mujeres más importantes en aquel año de mi vida, con quien compartí poco tiempo, pero buenos momentos como compañeros de nuestro oficio. Ahora se había convertido en misionera y estaba alistándose para viajar a Brasil en un par de días. Era una despedida, pero todos estábamos contentos porque este era el cumplimiento de un sueño por el que ella había luchado mucho. Entre besos y abrazos, nos saludamos y empezamos a recordar lo que habíamos vivido juntos.
Yo estaba ahí sentado, viendo las risas de mis viejos amigos y escuchando las anécdotas que hacían viajar a mi corazón a tiempos lejanos donde éramos mas puros, momentos dulces en una época de inocencia.
Reí con ellos y me alegre, opacando un dolor profundo que estaba latente. Sabía que pronto sucedería y que aquel momento grato terminaría en un recuerdo desagradable.
Había terminado de articular estos pensamientos en mi mente en el momento en que él hizo su entrada. Lo saludé con un apretón de manos, pero no lo mire a los ojos y el tampoco me miró, después de lo que pasamos nunca mas se atrevió a verme directo a los ojos. Ya en ese momento me empecé a sentir incomodo. Nunca tengo un tema para conversar con él, y lo máximo que podemos hacer es cruzar unas dos o tres palabras, y casi siempre con respecto a terceras personas.
Él se sentó al otro lado de la sala y se puso a conversar con los demás muchachos.
Yo jamás me he atrevido a preguntarle a él por ella. Me parece muy inapropiado. Más bien, humillante.
Sabía que ella estaba por llegar y que él iría a recibirla. Después de todo, era lo más lógico si se iban a casar el día siguiente.
Unos cuantos minutos más tarde llego ella. Él fue hasta la puerta y la besó enfrente de todos. Todas las chicas pusieron sus expresiones de ternura y los muchachos felicitaban a los novios, mientras ellos sonreían. Yo no pude verla a la cara en ese momento, pero se que ella me vio desde la puerta y en vez de saludar uno a uno a los que estábamos ahí, como es la costumbre, dijo un amigable “hola a todos”. Fue extraño para la mayoría, porque ella tiende a ser más ceremoniosa en estos asuntos. Luego de eso se sentó con él y todos reanudaron la amena conversación que sosteníamos.
Uno de mis amigos más cercanos y miembro del cuarteto al que llamábamos la mafia en los viejos tiempos, con quienes siempre compartí muchas experiencias, me llamó y me pregunto de la manera más sencilla, cual sería el traje que llevaría a la ceremonia y si después de la recepción jugaríamos al fútbol en la playa. Yo solo pude balbucear un condescendiente “no sé”.
El hecho era que los que estaban ahí, y aun los que faltaban, todos los que habíamos vivido aquel año juntos estaban invitados al matrimonio en la playa, excepto por uno.
La verdad es que eso me rompía el corazón. Y aún pienso en que a pesar de todo, yo podría estar ahí ese día.
Estoy seguro de que ambos tienen sus razones para no quererme ahí. Talvez por miedo a que haga un escándalo en la boda, aunque, claro que, esa no es mi naturaleza. O puede ser para que todos nos ahorremos un momento incomodo en el día mas importante de sus vidas como pareja. Sea como sea, una de las cosas en las que no puedo dejar de pensar es en como sería todo si las cosas hubieran sido diferentes.
Me hubiera gustado ocupar el lugar del novio el día de la boda. Recuerdo, que alguna vez soñé con eso. En esos tiempos estuve muy enamorado.
Pienso en su noche de bodas. En ella, que nunca estuvo con otro hombre, y en él, con toda su experiencia. También ahí, quisiera estar en su lugar.
Al pasar las horas no pude soportar más y me despedí de todos. Fui caminando hasta mi casa entre recuerdos tristes y felices, haciendo fuerzas para no derramar ni la más pequeña lagrima. Cada paso se sentía mas pesado que el anterior. Llegué a casa y me fui a dormir, esperando no recordar nada al día siguiente.
En la mañana, cuando desperté, miraba el reloj constantemente, pensando en la hora de la inscripción de su matrimonio en el registro. Cuando el reloj marcó las once de la mañana, me dije “legalmente están casados”. Ahora solo pienso en el día de la boda y en las cosas que tienen que suceder. |