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EL SOMBRAS
Autor: Luis Mendoza Martínez
Era el mejor partido de nuestra vida, nos jugábamos el prestigio, el honor y por supuesto, los “chescos”, que a las dos de la tarde y con el calor de los 33° a la sombra, en caso de ganar, nos sabrían a una verdadera gloria. La cancha, la calle Saltillo a sus anchas. El otro equipo, los de la calle de Coahuila, de este lado, los cuates de la cuadra: el Huicho, el Negro, Daniel, que por considerarlo el más torpe, siempre lo poníamos de portero, un amigo bastante desarrollado, negro y fuerte como pocos, a sus12 años recién cumplidos parecía de 18, Alejandro, hermano de Daniel, que por cierto, era de los mejores jugadores de la Colonia Progreso en el viejo Acapulco, y nuestro buen amigo el Huesos. El que llegara primero a los quince ganaba, fue un partido bastante reñido, pero al final de cuentas, como siempre, por los errores de Daniel, perdimos ese trofeo frío y espumoso tan anhelado. No se hicieron esperar las rabietas y los lamentos y pues ni modo a pagar, en cada una de nuestras casas nos esperaba un buen regaderazo y una buena comida, porque en Acapulco el calor es tan canijo que se tiene uno que bañar dos o tres veces al día.

Ese mismo día cuando la tarde ya refrescaba un poco salimos como siempre a nuestro querido centro de reunión, la famosa calle Saltillo, la que va derechito al mercado. Los pormenores y comentarios del partido de la mañana no se hicieron esperar, la mayoría de ellos iban directo a los errores de Daniel y de los que nunca reparábamos en lo gacho que lo hacíamos sentir. El ritmo de la plática fue subiendo, cambiando los reproches por risas y camaradería que contagiaban a toda la palomilla, excepto al buen Daniel, quien no remendaba su semblante, sólo dejaba ver su morena y triste cara. -¿Qué tiene mi buen? le preguntó el Huesos, ¡no esté tan triste! ya luego nos reponemos, no es eso sólo que, ante el asombro de todos nos empezó a platicar – se acuerdan que antes de que muriera mi papá no paraba de borracho, ¡pobre¡ muy pocas veces andaba en su juicio y eso hacía enmuinar a mi mamá, en una de esas que tenía ya tres días de no llegar a casa, mi madre me dijo ¡anda y búscalo y pobre de ti si no lo encuentras! lo anduve buscando largo rato por cuanta cantina y rincón hay en Acapulco y nada, ya desesperado regresé a casa y ¡tonto de mi, me hubiera esperado a que se le pasara el coraje a mi mamá! ¡Hijo de tu madre! ni para eso sirves, no acababa de decir eso cuando con un leño empezó a pegarme en donde cayera, lo que quería era desquitar su coraje y vaya que lo desquitó, me dejó chorreando de sangre por los garrotazos que me dio en la cabeza, esta cicatriz me quedó, mostrando en su alta frente, una cicatriz de más de diez centímetros, después de esa golpiza todo fue diferente, cada día que fue pasando fui viendo más borroso ¡y no es que sea menso, deveras!, lo que pasa es que muchas veces ya no distingo la pelota, ahora sólo veo sombras. Desde ese día nuestro amigo Daniel se convirtió cariñosamente en “el Sombras”. Aparentemente todo siguió igual que siempre, los partidos de fut después de la salida de la escuela, las tardes con los amigos y de los sábados y domingos desde tempranito a la playa, todos menos “el Huesos” que desde ese día se apartó de la palomilla.

A sus once años el Huesos sólo tenía en mente una cosa, juntar todo el dinero necesario para operar a su amigo “el Sombras”, comenzó trabajando de payasito en los mercados, no había mejor escenario que cualquier esquina y las fiestas infantiles no le faltaron. Poco a poco a la noble misión del Huesos se le unieron por supuesto el grupo de amigos y demás gente. Se organizaron para ir a las escuelas a presentar su espectáculo de payasos que arrancarían risas a toda la chamacada por unas monedas. Al final del curso, por las buenas calificaciones del Huesos, su papá le había prometido comprarle una bicicleta, pero prefirió el dinero para aportarlo a la causa. Al paso de tres meses sa habían acumulado $2,900.00, cantidad no suficiente, pero las buenas acciones siempre tienen aliados porque el jefe de su papá, el señor Roberto Brown, que por cierto era dueño del famoso antro “El Ninas” al enterarse de la causa, se comprometió en aportar lo que restara para la operación del ya famoso en todo Acapulco“El Sombras”.

Ya con el dinero en mano, lo que son las cosas de la ignorancia y la miseria del alma, el siguiente paso era convencer a la mamá del “Sombras” para que lo llevara al Hospital de la Luz que se encontraba en México, por supuesto que la respuesta fue un rotundo no, argumentando que no conocía la ciudad, que quién le daría de comer a su puercos, en fin, pretextos llenos de desinterés y apatía.

Su maleta estaba compuesta de dos cambios de ropa, un par de playeras y un montón de esperanzas, sobre todo eso y además, una buena porción de una especie de miedo. Todos los amigos los fueron a despedir a la terminal, quien lo acompañó al final de cuentas fue Doña Lupita, la mamá del Huesos.

Vaya que calaba el frío a la llegada a México, pero había que averiguar como se llegaba al hospital. Tomen un camión que los deja en tal calle y de ahí una pesera que pasa enfrente del hospital, ¡que enredado era todo! sin embargo como pudieron pero llegaron. Primero los datos, ¿como se llama el paciente?, ¿de donde vienen?, ¿que tiene y porque se vinieron hasta acá, que en Acapulco no hay hospitales?, en fin, todo un relajo.

Las cosas cambian con los doctores, ellos si son gente amable, será que para eso estudian, pero yo creo que además tienen un don divino. Después de auscultarlo y hacerle sus estudios al Sombras, lo prepararon para la operación, el doctor se guardaba sus pronósticos, solo le dijo a Doña Lupita- Tenga mucha fe y pídale a Dios que nos eche una manita. Después de varios días, se llegó el día de la verdad, había que quitarle las vendas para ver el verdadero resultado. Todo el esfuerzo fue en vano, según el doctor, fue demasiado tarde la intervención, pero el Sombras, curiosamente, no estaba triste, traía con el una alegre resignación.

La llegada a Acapulco no fue de fiesta ni de alegría, el Sombras se encargó de calmar a sus amigos-, No estén tristes muchachos, Dios no se equivoca, el sabe porque hace las cosas.

El tiempo ha pasado y las cosas han cambiado, los niños aquellos, ya son ahora unos jóvenes: El Huesos trabaja de agente de tránsito y está estudiando derecho, el Huicho y el Negro ya se casaron y trabajan de meseros en un antro y Alejandro el hermano de Daniel, “el Sombras” como andaba en malos pasos, se metió tanto en las drogas que en una de esas, como se dice, se quedó en el viaje, ahora está en su mundo feliz pues todo el tiempo se la pasa riendo y hablando con las paredes y con los postes.

El Sombras ahora vive en Guadalajara, ahora se dedica a cantar música cristiana y cuenta su vida como testimonio, como el dice, si las cosas hubieran sido diferentes, probablemente el estaría igual o peor que su hermano Alejandro, Dios sabe porque hace las cosas.




Texto agregado el 16-09-2008, y leído por 101 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
16-09-2008 Te he leido con mucho interés; tu historia es conmovedora, en un escenario que me es familiar y me llena de recuerdos. Una buena narrativa que marca un buen precedente para seguirte leyendo.*****Sagitarion. sagitarion
 
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