Llegó a la cornisa de la montaña con una gran fatiga, se quitó la mochila y con alivio lanzó un hondo suspiro mientras se sentaba en la roca. Sacó la cantimplora y bebió un gran trago de agua fresca recogida poco antes en un manantial, pensó en que nada sabía tan rico como las bayas silvestres que había recolectado por el camino y que ahora masticaba con deleite. Colocando la mochila de almohada se tumbó a dormitar dejándose arrullar por la fresca brisa que silbaba entre los árboles; cerró los ojos y dejó que su mente volase libre, olvidándose por completo de todas las preocupaciones que traía consigo de la ciudad, la paz que había en el aire y los sonidos de la naturaleza le acompañaron cómplices en su dormir.
Soñó como hacía tiempo que no soñaba o que no recordaba soñar, su cuerpo había sufrido una metamorfosis y a vista de pájaro vio todo el hermoso paisaje por el que había caminado; volaba sobre los altivos árboles cuyas ramas parecían querer aferrarse a sus garras y desarraigándose acompañarle en su vuelo; volaba sobre las montañas cuya rudeza era fruto de la envidia pues consideraban que nadie tenía derecho a estar por encima de ellas, volaba planeando sobre el sinuoso río que quebraba la tierra como una cicatriz acuosa realzando la belleza del rostro de la naturaleza en vez de mermarla. Y en ese río contempló su imagen, se había transformado en halcón, planeaba sobre el cauce jugando a sumergir sus garras de presa en el agua, y jugando atrapó una trucha que asfixiándose en el puro aire se debatía inútilmente intentando escapar de su destino. Con su presa ya agonizante, ascendió con majestuosidad hasta posarse en un risco y allí gozar de su botín...
La fresca brisa se transformó en viento frío, tiritando abrió los ojos contemplando el tono anaranjado del cielo al atardecer, se acercó al borde de la cornisa y observó la belleza del paisaje, el sol tímido se escondía en el horizonte intentado no molestar a las montañas que le servían de refugio. Una lágrima brotó de su mirada, sus pies avanzaron mientras sus brazos se extendían, con un leve impulso de las piernas inició su último vuelo, surcó el aire en un majestuoso picado, su cuerpo se quebró contra el pétreo suelo.
El cielo ya se había oscurecido, las estrellas brillaban acompañando a la luna llena, luna llena que coqueta se reflejaba en una pupila que ya no la veía, una mirada que volaba libre sobre un hermoso paisaje nocturno.
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