Le miró atentamente a los ojos y dijo: “¿y qué más da, si sé que no soy bonita?”
Ella, primera dama de la estética femenina en su ciudad, popular en la tele y admirada por todos, sonrió afectuosamente, la tomó firmemente por los codos y apartándola gentilmente un poco, con una mirada de arriba abajo y un mohín precioso, le cambió la vida.
Y lo hizo sin cobrar, sin vender algo ni a cambio de nada, que no sea levantar el ánimo de esa jovencita (poco agraciada sin duda, y peor vestida, pero amorosa y digna de un toque de luz sobre su humanidad).
“Querida, querida, agradece al Señor que tienes dos ojos, una naricita traviesa, una boquita femenina, dos pechos sensuales y un cuerpo de hembra...” –veía su expresión y notó solo una chispa ante sus palabras.
“Escucha, te voy a dar el secreto que puede cambiarte por entero, pero tienes que prometerme que a cambio lo practicarás al menos una semana, ¡una semana!, ¿haz entendido?”
Efectivamente, el secreto sería un gran hito en la vida de su joven interlocutora. Jamás olvidaría ese escenario.
“Piensa, pequeña, ¿de qué sirve la belleza si no es cordial con quien la admira?. Debes saber que infinidad de encantadoras jovencitas se lanzan a la lucha detrás de un cuerpo bello... la mayoría abandonan y no es raro que digan, la suerte de la fea la bella la desea...”
“Es tan simple como esto: Todos somos bellos cuando sonreímos cordialmente. Sonríe con sentimiento, sonríe al ser de luz que habita en todos los seres vivos, no importa tu apariencia, una sonrisa amable produce luz y toda oscuridad se desvanece...”
Desde entonces aprendió a sonreír a la vida, sonreír al Eterno que hay en todos y logró sus sueños, cambió su faz.
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