Un ruido extraño lo sacó de la inconsciencia de su sueño. Abrió los ojos al mundo real. O a algo parecido, pues todo parecía oscilar, mecido por una invisible marea. El cuadro de la pared de enfrente se empeñaba en trepar por ella para luego volver a escurrirse, una y otra vez, una y otra vez. Parecía como si las líneas con las que dios había dibujado el mundo aquella mañana fuesen borrosas e imprecisas.
Cuando se giró en la cama, el contenido de su estomago quiso salir a estamparse contra la alfombra. Pero no lo hizo. Cerro los ojos y tragó saliva.
Abrió los ojos de nuevo, esta vez un poco mas consciente que la anterior. Y allí estaba Ella. Observándolo desde cada rincón, desde cada esquina, desde cada sombra de la habitación. Susurrándole al oído frases cuyo contenido no podía, no quería descifrar. Estaba en el techo, estaba en el suelo, estaba tras el armario y a los pies de su cama. Por un momento pensó que todo aquello no era mas que una pesadilla. Pero sus ojos seguían abiertos como platos, mientras los pensamientos y los recuerdos rebotaban en su cabeza sin pausa. Entonces se dio cuenta de que se volvería loco. Se dio cuenta de que, quizás, ya lo estaba.
Así que alargó la mano, buscando a tientas entre las sabanas, demasiado cansado para girar la cabeza. Y allí estaba ella, que no Ella. Sintió su tacto frío y suave, reconoció su penetrante perfume y anticipó el sabor de sus ardientes besos. La agarró con dulzura, aferrándose a ella como si fuera la ultima tabla para salvarlo de la tempestad, como si fuera el único pedacito de realidad que estaba a su alcance. Lentamente la acercó hasta sus labios.
Dio un largo trago y rezó porque ella lo devolviera a la inconsciencia. |