Luna Lejana
A veces no sé cómo llamarte, a veces no sé qué gritar al cielo, ni si me oirás o si algo cambiará. Miro arriba, y mientras cuento estrellas, el brillo de alguna me recuerda tus pupilas. En ocasiones el viento nocturno me trae de nuevo como un susurro tus palabras. Todas las noches hago el amor contigo, sola sobre mi cama, con las sábanas frías, porque desde que no te tengo ni siquiera se entibian mis cobijas. Cuando el amanecer me encuentra contando los últimos fulgores, tus recuerdos se me subliman y siento nuevamente tu tacto entre mis piernas, tus caricias torpes de marino nuevo. Aún tu lengua se me desliza por el cuello, lijándome de la garganta el habla.
Hay días, meses enteros en que tu recuerdo me persigue por todos lados. Miro tu semblante lúbrico en el espejo e intento seguirte del otro lado, pero descubro que una vez más solo miro mis deseos de frente.
Las cosas no han cambiado mucho en mí desde la última vez. Todo lo mantengo en el mismo sitio del corazón, bien guardado para que nadie lo mueva de ahí, para que ni yo pueda sacarlo cuando algo lo reclame. Me desvanezco en los besos que la memoria y la imaginación hacen que me palpiten en los labios. La tristeza vana, llena de ausencia, como un vacío, un hoyo negro que nunca se llena, oscuro, perenne, comiéndose hasta la luna de mis noches, del que solo las estrella lejanas sobreviven. Este vacío entre las piernas que te aclama habitando la profundidad corpórea de mi alma. Succionando del ayer los líquidos viscosos de mi amor tortuoso. Succionando el trémulo orgasmo que mis dedos con tu nombre me proporcionan.
Echada de espalda el escote flácido de la blusa se me arruga sobre los pezones erectos y con la marea baja, el océano del encaje apenas moja el arrecife mi pubis. Tirada sobre la cama, esperando que el verano pase, que el invierno se vaya, que toda la vida se aleje de mí. Que en algún momento el teléfono repique con la promesa de tus palabras. Recostada con los cabellos en desacato sobre la cara. El menino ronronea en derredor, buscando al igual que yo, la caricia de su amo. Pero tú no estás, y yo no estoy para él.
No puedo recordar cómo comenzó todo, más bien creo que no quiero recordarlo. Una vez de tantas, una cerveza de tantas, media luz y una charla fuera del local mientras fumamos. La ansiedad que hace tiempo no sentía, tus ojos azules brillando bajo los neones, esa barba que raspaba con sus besos. Mi falda mostrándote las piernas. Tal vez, la emoción loca de sentirme deseada. Tu mundo, tus mundos conocidos, tu español casi perfecto, tus reflexiones interesantes, tu intelecto.
Me acomodaba el cabello que caía sobre mi nariz, mientras fumabas y yo te escuchaba, con esa sensación desbordándome. Traté de mantenerme a la altura, y sonreía cuando algo no entendía.
Esa noche tardó mucho en acabar, con cervezas y la loca ciudad, tu hotel antes del amanecer y coronando al alba tu sexo, la hierba y el tequila. Tus visitas se hicieron periódicas y cada vez más comunes. Cena, baile, cervezas, calor y siempre terminando entre nubes algodonosas de cruda y humo. Y siempre de regreso cuando la aurora ya sangraba en el horizonte. Se hizo algo cotidiano, una constante, un amor, un silencio, una pregunta que nunca se dijo. La duda que me carcomía mientras me quitabas los tacones, que se hizo más grande cuando se hizo más frecuente tu compañía. Una pregunta que adivinabas cuando me arrancabas las medias, que veías en mis ojos cuando me raspabas de la lengua el sabor del mezcal.
Nunca he entendido esto de las relaciones, del por qué dos personas se encuentran y los anhelos se entrecruzan. A cientos de kilómetros, tu mujer de ojos verdes dormida sobre tu cama, y tus hijos de parranda por la quinta avenida. Y nosotros aquí, soñando en los cuernos de la luna, de una luna lejana.
Hacía poco más de un año que no regresabas por acá, pero el Internet nos mantuvo cercanos. Y aproveché ese tiempo, ya lo tenía planeado. Los preparativos son largos y costosos, pero yo había adelantado e iba juntando lo que me enviabas. Al fin, después de mucho pude liberarme de mi encierro. Y de las curaciones prefiero no decir nada. Durante esos meses el mar de tus ojos me rescataba del dolor.
Por fin después de mis impaciencias, estabas de regreso y yo te esperaba loca de alegría. Comimos, bailamos y ya sobre la cama, mi desnudez fue revelando poco a poco la transformación. Hasta ese día, después de toda una vida, me sentí una mujer ante los ojos de un hombre. Frente a tus ojos azules. Tú mi hombre, yo tu mujer.
Te marchaste, y como siempre me puse triste de tener que esperar tu regreso. Los días se hicieron muy largos, las noches eternas. Buscándote en cada rincón de mi cuerpo, desnudándome frente al espejo para recordar tus manos, tu aliento en las orejas, tu calor mezclándose con el mío. Ronroneando como mi gato en cada mensaje, ronroneando como el gato cuando por fin encontré respuesta. Una carta frente a la computadora, unas cuantas líneas de despedida, un adiós impersonal y lo frío de unas letras negras sobre el blanco fondo de la pantalla. Un mundo que se desmorona, que se cae en trozos con estruendo.
Pero estoy dispuesta a no olvidarte. A retenerte por siempre en mí, a que nunca escapes. Por eso esta noche sin luna, antes de ir a la cama, pongo comida al gato y le dejo la puerta abierta, para que si quiere huir, que huya. Para al menos darle esa oportunidad. Tomo unas píldoras para dormir, son de rutina, pero hoy quiero que el sueño dure un poco más. Regreso a la cama y me amo en tu nombre, visitando este cuerpo que es tan tuyo con mis manos. Revolviéndome en las cobijas, besándome a mí misma, mordiéndome las piernas. Haciéndome el amor con tu recuerdo, pero el orgasmo quedará como una promesa, siempre me ha gustado guardar un poco para después. Y lentamente el sueño va llegando, lentamente me rindo como me rendía en tus brazos al acabar de amarte.
Cierro los ojos, me desvanezco y cada vez más lejano el ronroneo del gato. Por la ventana entran las estrellas más distantes a darme las buenas noches y me despido. Buenas noches luna, donde quiera que estés.
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