Se sirvió una copa y se sentó de nuevo. Observó los ojos desorbitados, la lengua colgante, los brazos caídos pegados al cuerpo balanceante. Se rió cuando se dió cuenta que era cierto lo del empalme en los ahorcados y pensó que ni en la mejor de sus noches juntos se la había visto tan tiesa; su ceño se frunció, lo miró molesta, también había eyaculado y, por el tamaño del charquito, abundantemente, podía haber tenido el detalle y haberse puesto el condón, era una falta de consideración por su parte no pensar que se iba a manchar la moqueta.
Tomó otro sorbo y se dirigió a la chimenea, apartó el ridículo cuadro de los perros en el bar y abrió la caja fuerte, fue todo un detalle por su parte dejarlo todo allí; metió todo en el bolso y sacó el móvil para llamar a la policía, lógicamente puso voz de compungida y contó la historia de como él la había llamado diciendo que se iba a matar. Nada más colgar se acercó al cadáver y mientras le daba un manotazo en el pene erecto le dijo mirando a la cara tumefacta: "Quien iba a pensar que tú siempre tan cobarde para todo ibas a cumplir tu amenaza de suicidarte".
Salió de la casa,se subió al coche y poniéndolo en marcha rió de nuevo, que pena no haber usado el desdén antes.