Pepe comía tres magdalenas diarias, dos en el desayuno y una en la merienda. Las desenvolvía cuidadosamente, cuidando de no romper el papel que las envolvía y, a continuación, los guardaba en un pequeño armarito de madera que había comprado para tal fin. Al cabo de los años, tuvo que comprar otro pequeño armario puesto que el primero estaba absolutamente lleno. Años más tarde, pudo observar satisfecho tras un largo recuento que había alcanzado la cifra de 6.573 (contando tres papeles más en el año bisiesto) papelitos, con esto tendría suficiente para lo que deseaba hacer desde pequeño.
Así, comenzó a grapar los papeles; fue una tarea larga, incluso pesada, pero Pepe Gamba lo hacía con gusto, sobre todo cuando tras varios días vio que los papeles se habían terminado y que ya tenía su barquito de papel de magdalenas. Se había encargado de limpiar la cubierta del barquito cuidadosamente, no quería que las migas de magdalena afearan su magnífica obra.
Ya sólo quedaba montar el barquito en el remolque y llevarlo a la orilla del mar. El miércoles fue el día escogido ¡qué mejor día que un miércoles para hacerlo! Acercando el coche lo máximo a la orilla, no sin trabajo, bajó su barquito y, emocionado por cumplir su sueño, montó en él ayudándose con uno de los remos de madera para despegarse de la firme arena mojada de la orilla. En una hora. Estaba en altamar, surcando las aguas con el barquito de papel de magdalena. “¡Tanto tiempo esperando ha valido la pena! Siempre supe que haría algo grande como esto” se dijo para sí Pepe. Las gaviotas revoloteaban a su alrededor, mientras la brisa del mar alborotaba sus canas.
Sin embargo, el hombre había olvidado limpiar la parte baja del barco, en donde sí quedaban restos de magdalena. El desgraciado Pepe no había caído en la cuenta de que las magdalenas eran uno de los alimentos preferidos de los peces mañaneros, especie singular que poblaba esa región marítima. Los peces mañaneros se frotaron las aletas ante tal festín de migas. Los ojos del marinero improvisado no se explicaban de donde venía la enorme sombra que se dibujaba bajo su extravagante barco, pero pudo dar respuesta a su duda cuando una cabecita grisácea y bigotuda asomó por un agujerillo de la cubierta. ¡No, los peces mañaneros estaban devorando su barco!.
Las autoridades que recogieron a Pepe Gamba en su lancha de rescate, explicaron cómo lo vieron en la lejanía, luchando con todas sus ganas dando remazos a diestra y siniestra. Los esfuerzos fueron inútiles, los hambrientos peces mañaneros se dieron el festín de su vida a costa de las migas del barquito de magdalenas del pobre Pepe, quien decidió marchar a su casa con un nuevo proyecto en mente: la elaboración de un helicóptero hecho de ositos de gominola de un solo color.
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