UNO
Subí las escaleras. No sabía bien lo que hacía pero, sabía que era ese el lugar en donde habitaba mi anciano padre, olvidado del mundo, familiares e hijos y amigos... Toqué la puerta y esta se abrió sola. Un hombre nonagenario estaba sentado frente a la única ventana de aquel cuarto, limpio, pequeño, y lleno de libro y papeles... Entré y saludé a mi padre con un beso en la frente. Hola hijo, me dijo, mientras sus ojos brillaban como si viera a un fantasma o el ángel negro... ¿Nos vamos?, preguntó. Le cogí las manos y con un saco grueso, le abrigué. Su pequeño cuerpo estaba frío como un pescado. Le ayudé a pararse y este me dijo que él podía hacerlo solo. Era cierto, se paró y empezó a ordenar su cuarto. Los libros los puso uno encima del otro. Cogió todos los papeles y luego de varios minutos los ató con un pedazo de tela y me los ofreció. ¿Qué es esto padre?, pregunté. Mi vida, respondió. Iba abrirlo pero mi padre me dijo que no lo hiciera, que mejor lo llevara a dar un paseo. Traté de vestirlo pero este no quiso. Se puso un sacón muy grueso y casi barbudo, y con ese bastón de mango de oro se dispuso a salir. Bajamos las escaleras paso a paso hasta llegar a la calle. Lo ayudé a dar un paso pero se detuvo y supe que no daría un solo paso... Se dio media vuelta y subió escalón tras escalón. Ya en su cuarto me dijo que lo dejara solo, sin mirarme ni darme la cara. Le vi sentarse tan como le encontré y sentí que miraba un cuadro, una bella imagen que no volvería a repetirse. Cerré la puerta y bajé una a una las escaleras, y mientras lo hacía, mis mejillas humedecían por las gotas más tristes de mi vida... Ya en la calle caminé hasta llegar a mi auto y arranqué. No me detuve hasta llegar a mi casa. Mis hijos me esperaban y mi mujer me dio un beso en los labios... Sonreí de mi suerte y subí a mi cuarto. Recordé las escaleras del cuarto de mi padre y cuando llegué al mío, sentí verle sentado tal como un cuadro sin tiempo. Me senté en una silla, tal como si fuera mi padre y abrí los cientos de hojas escritos por mi padre. Era extraño pues su letra era tan pequeña que casi no podía entenderla. Cogí mis lentes y vi lo que era el primer capítulo de una obra de mi padre, cuyo título estaba en blanco con una nota:
“Prólogo y título escogido por quien lea esta vida...”
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