Tristeza esa lluvia que derrama el cielo en mis calas, antes justo antes de que la anemia me arrebate. Me transformaré en vapores, jugo y tierra fértil, si antes bebo radiaciones tuyas, nunca más me labran.

Se enverdece el suelo y la maleza hiere tanto al pasto, el rocío escupe lentas gotas en mis ropas. Todo mi pellejo se aletarga, ya no siento al ángel. Cuando suba al cerro ese reseco en que vuelan los buitres.

Una enfermedad me ha perseguido hasta nuestro octubre, todas las hormigas anatemas lo han querido. El ocaso amorata más en tu terrible rostro, yo te eludo ya no puedo estar rindiendo las rodillas.

Dejas tu miseria atravesando en trance el descampado. Ha costado sumo esfuerzo desencariñarlo. De las formas de amor torpe con que desdentaste bestias, nunca hubo una tan cruenta como aquella.

Sin mellar apenas mis palabras el ruido del bosque, se ha comido cada intentona de escapada. No consigo desenmarañarle aplomo a los barrotes, me comparte con la mala suerte tu mirada.

Cuando abrumo a la cosecha con mis desamores ocres, se ha pintado de escarlatina tu celada. A esas pestes leves que te he echado a falta de valía, las desprecias como chanza, chapucera, desganada.

Porque no te roba el tiempo entonces, porque no te roba, porque te protege, porque no te desbarata. Yo he suplicado deshacerte entre las zarzamoras para que te enredes y desmenuzarte horas.

Acábate de todos los recuerdos que pueblan el valle, en donde nos dejamos irnos tersos y dispuestos, si te rompes alejada del sonido y los senderos, puede que al fin no mire nunca más tu humo.