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Inicio / Cuenteros Locales / HoracioBeyle / Historia de los acaes

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A las nueve y media, luego de remolonear sobre una mañana tibia, se levantó sin voluntad de entregase al día de lleno, enrojecido por los violentos hilos de un sol que se entrometía por las hendijas de la persiana cómplice del día, se arrimó con desdén al lavabo y sin cruzar mirada con quien lo esperaba en el espejo sumergió la cabeza en un mar sordo que lo arrancaba lentamente de sus furias nocturnas. Sus párpados temblaban indecisos y con el rostro mojado intento divisar el tubo de pasta dentífrica, pero desde las baldosas emergían dos cadenas como plantas carnívoras apresándole los brazos. En la solitaria habitación de la calle pichincha al 600 el cielo raso desobedecía a la cotidianeidad y parecía teñirse de un amarillo putrefacto, contaminado. El enorme sauce llorón que hacia las veces de portero, firme frente a la puerta de entrada extendía sus ramas por voluntad del viento acariciando así la única ventana que poseía la habitación, por donde cada vez más, se filtraban unas telas amarillas de luz amarga y vencida, descubriendo las moléculas en el aire, las bacterias, los grillos invisibles de la penumbra. Cayó derrumbado, inevitablemente sobre el colchón que lo atajó de inmediato, lo abrazó y lo arropó, por unos segundos lo único audible fue un pajarito griego que silbaba: el sueño es la justicia del hombre. Conforme el silbido se apagaba, incrementaba una electricidad en su cuerpo, la sensación física de estar entrando en otra parte sin salir jamás de los acaes, de los acas, con la vigilia entumecida, entregado a los placeres suaves y resbalando hasta caer del todo en un embudo rojo de plástico que lo arroja solemne sobre las hiedras verdes y marrones, rodando barranca abajo sin poder detenerse, como una bola de nieve verde y marrón a punto de estrellarse contra un muro de ladrillos…
Le dio una patada a la sabana desde el interior y abrió los ojos excitado, se sentó en el borde de la cama procurando no hacer contacto momentáneamente con la superficie, inspeccionó la sala desde su ubicación y alcanzo a ver un embudo en la mesa de la cocina, un soplido de aire glacial lo embistió y acobardado se acostó boca arriba mirando el cielo raso que se encontraba blanco como siempre. Poco a poco fue cediendo a la pesadez de sus parpados, el cielo raso comenzaba a desmoronarse como caspa sobre sus últimas instancias de lucidez, cerró los ojos, cruzó la puerta de salida y murió en el acto.

Texto agregado el 12-09-2008, y leído por 175 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
15-09-2008 Excelente. Un texto que se mueve con increible facilidad entre fronteras disímiles y extrañas. Felicitaciones. 5* ZEPOL
15-09-2008 La realidad desnudando a lo irreal. Melancolia en su autodestruccion. Mundos subjetivos y el surrealismo cantando en plena voz. metzada
12-09-2008 Mas que muy bueno y un placer inaugurarte este cielo de estrellitas amarillas. Me encanto el ritmo y ese constante ir y venir entre ambos (son mas, pero pongamosle que son dos) lados. Impecable, besos luciernaga. MaR!***** MarMaga
 
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